Tiempo a destiempo

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos.

Música de fondo... una guitarra, una voz entonada... y más allá un coro alegre de invitados cantando “Tiempo y Destiempo”. ¡Qué bonita canción! De sus voces se escuchaban las estrofas.

De sus ojos se reflejaban sus recuerdos. Todos los que ahí se encontraban festejaban un cumpleaños de más de medio siglo. Ellos entrelazaban sus brazos entre sus espaldas y se mecían de un lado a otro como un compás, sosteniéndose, como lo han hecho toda la vida.

Ahí estaban, todos los hermanos de mi padre festejándolo y felices de seguir juntos y vivos. Y como si la escena se hubiera congelado, yo sólo los veía y me encantaba con esa captura que emanaba

algo más que felicidad. Luego llegó el momento de brindar.

Fueron alzando su copa otorgando bendiciones y palabras bonitas. Y en eso, uno de ellos, pasando sus 70, agradeció a su madre. Y es que aunque pasen 100 años, una madre jamás se olvida. La mencionó con tal devoción como yo pienso en la mía. Nos recordó cada detalle de ella, su sonrisa, su carácter... su mirada brillaba con destellos vidriosos de nostalgia.

La tarde siguió, y tuvieron la dicha de disfrutarla juntos. ¡Qué buenos tiempos! Hoy, con esta situación que vivimos, y que resguardamos a nuestros adultos mayores, quisiera oírles cantar de nuevo esa canción, a todo pulmón como aquel día... porque lo que más me puede de todo esto que pasa, es que por estar “resguardados”, a todos nuestros queridos padres, tíos y abuelos, les han

robado tiempo. Que tiempo a destiempo.

Pienso que esta Navidad se une a esta historia. Creí que para estas fechas ya habría pasado esta crisis sanitaria y el mundo entero brindaría por una triste y anhelada victoria. Pero hoy me encuentro afectada, y como muchos, mi Navidad es diferente. Estoy con mi familia directa, pero muchos están solos.

Hay un video en You Tube que ojalá puedan ver. Se llama “The man on the moon”, de Jhon Lewis. Trata de una niña en la Tierra y un anciano en la Luna que están separados por el cielo inmenso, y ella quiere hacerle compañía en Navidad.

Le manda cartas con un arco y una flecha; le manda avioncitos de papel; lo divisa con su telescopio, y nomás no logra tener contacto. Nada más lo ve lejos y solo. Hasta que le envía con globos un regalo a la Luna: unos miralejos. Entonces, se contactan a través de esos artefactos. El momento del contacto se vuelve mágico. Se pueden ver y se conectan a través de sus miradas. Amor puro.

Algo así pasó estos días, esta Navidad. Para muchos algo virtual, y están alistando sus pantallas y el escenario. Muchos otros quizá enfoquen su miralejos hacia las estrellas de aquéllos que lamentablemente se fueron antes y brillan desde arriba. En muchas casas habrá sillas vacías que harán eco con su propia materia. Otros, la pasaron igual que cada año.

Sea cual sea la situación de cada quien, es preciso seguir adelante, es preciso agradecer. Es preciso encontrar esa conexión con nuestros seres queridos como la niña y el hombre de la Luna. Por eso, los exhorto a calibrar bien nuestros miralejos.

Enfocarlos hacia el corazón de nuestros familiares y amigos, y si es posible, ponerlo sobre un “tripié’ para que enfoquemos con claridad a esa estrella que brilla sobre todos, la estrella de Belén, la cual nos da fortaleza y esperanza en este tiempo a destiempo.

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos,

Cuentos Personalizados.

ayalalirio@hotmail.com

IG: letraplasmada;

la.fabrica.de.cuentos