Aquellos domingos

El autor es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Tecnología Educativa.

A los 10 años mi territorio eran las calles 11, 10, 9 y 8, ahí en las esquinas estaban los espacios para los juegos de la infancia.

Las excursiones de los años mozos eran subir al cerrito blanco, resbalarse en carapachos de caguama, ir a manejar los carros viejos del “Mocho” Santillán en el deshuesadero que tenía atrás de su casa.

Por la mina que estaba enfrente de la casa pasando el arroyo, supe de los horarios del almuerzo de los mineros y conocí las famosas loncheras.

Sobre los terrenos de la otra mina nació el asentamiento conocido hoy como el barrio “Las Canastillas”.

Pero al casarse “El Chato” Verdugo con mi hermana “La Nena” en 1970, nunca imaginé que más allá de la calle 10 y el arroyo había un mundo fascinante como las Playas de Santa María.

Mi cuñado tenía el hábito de convivir con sus amigos los domingos de verano en las playas de Santa María, a la salida norte, un lugar fascinante y distinto a mi territorio cotidiano.

Los amigos de mi cuñado son pura raza buena onda, de esa palomilla que se da en la calle 5.

A inicios de los 70 eran jóvenes de matrimonios recientes y con chamacos de edad pequeña.

“El Caly” Beltrán, “Güero” Murillo y sus hermanos Arturo y Arcenio, Pepe “El Butaco” y Amadeo Romero con su clásico grito:

“¡Pancho, no te metas a lo hondo!”.

Con la palomilla de la calle, 5 además de divertirme, a través de sus pláticas me adentré en la cultura popular de Cachanía.

En ese mundo, sentado en una hielera, supe de los oficios y vestigios del boleo; de los hornos de la fundición; del taller de torno, y del laboratorio de la compañía.

Aprendí que el pescado asado es más bueno en el mar y que el taco de caguama con tortilla de maíz es una delicia.

En esos diálogos me enteré que los trabajadores de la fundición tenían su lonchero, era realmente una experiencia mágica para un niño que vivía detrás del mostrador de abarrotes Peralta.

Para mí los domingos fueron días de aprendizaje de una cultura, con la palomilla de la calle 5, entendí el diálogo como proceso de pertenencia a una comunidad y descubrí el sentido del humor y la manera de hacer carrilla del cachaniense.

Con los “Caly”, “Güero”, “Butaco” y Amadeo aprendí de beisbol, box y basket. Supe que existió un equipo de beis llamado “Cuervos”, me enteré de que “El Caly” Beltrán había sido campeón de los guantes de oro en la fronteriza Mexicali y que “El Güero” Murillo fue un versátil deportista y uno de los mejores shortstop que se hayan visto en la región.

Por eso, los domingos era el día más esperado porque era un día que disfrutaba como si el mundo fuera sólo para mí.

Para ganarme el permiso de salir, cumplía mis compromisos de asistir a misa de 9 y de ayudar a meter la leña que vendía mi padre en el changarro.

Lo máximo era ir arriba del pickup del mercado Gómez que chofereaba “El Chato” y sentía una inmensa alegría ver el Chute y agarrar rumbo a la playa.

Pasar por la nopalera camino a la salida norte era una proeza para un niño que disfrutó el mar como se disfruta el gusto por la vida.

Las playas de Santa María eran para mí un océano de diversión cuando jugábamos a los gallitos y al caer al mar me provocaba una inmensa felicidad y ahora borbotones de recuerdos que evocan una infancia de ensueño.

El autor es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Tecnología Educativa.

FB: @Soy Pepe Peralta