Sólo un pedazo de tela

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos.

Eran las 9 de la mañana.

El sol estaba en todo su esplendor.

Me encontraba con un vaso de café portátil esperando que mi padre pasara por mí.

Prometí acompañarlo a una conferencia que trataría “de algo” sobre la Virgen, la verdad no me acuerdo bien del tema.

Sólo recuerdo que tardaría 5 horas.

¡Por Dios, qué ocurrencia la mía hacerle compañía!, pero ya no podía cancelarle.

El asistiría por convicción, y yo por compromiso.

Estar postrada en una butaca por tanto tiempo sería un reto al cual debía sacarle provecho.

Al fin y al cabo la conferencia no era algo de mi interés, y me bastaba con lo que ya sabía acerca del tema.

Mi asiento no estaba centrado al escenario, mas bien quedé por un lado, lugar perfecto para pasar desapercibida.

De pronto, no sé qué pasó.

En un instante mis cinco sentidos se pusieron en alerta.

Toda mi concentración se centró en un solo eje: hacia el conferencista: un sacerdote.

Salió discretamente tras el telón y colocó en un tripié un simple cuadro de la Virgen de Guadalupe, sí, como esos que se ven en todos lados.

Lo seguía con mis ojos esperando ver más escenografía, pero él, calladito, montaba sólo eso como si no se percatara que había público presente.

Y en eso, me volteó a ver.

¡Había otras 200 personas, y se tuvo que fijar en mí!

Este señor, preparado, culto, apasionado, persuasivo, acaparó toda mi atención.

Tan pronto dijo las primeras palabras reconocí que sería un orador excelente.

Creaba una sinfonía de tonos con su voz.

Determinante, gritaba, susurraba, recitaba en llanto, reía.

Se expresaba con la más absoluta certeza.

Con una convicción sobre lo que decía, avalándose con pruebas inrrefutables.

El hombre causó en mí tal asombro que mis ojos se abrieron más de lo que su fisionomía pudiera permitirles.

¿Acaso algo así sintió Juan Diego cuando se le apareció la Virgen?, ¿asombro?

Eso era.

Mis siguientes 5 horas, viviría lo acontecido hace 500 años a través de cada argumento del imponente hombre en el pódium que sólo me hacía reconocer qué tan errada había sido mi razón hasta entonces.

Sentí vergüenza al aceptar que mi vida se había tejido por verdades tibias, rumores falsos, conformismo, vida mundana y vil ignorancia.

Y aunque él no pretendía convencer, lo que describía ante mí era lo más real y lógico del mundo.

Señales, documentos, historia plasmada, algoritmos, coincidencias, investigación.

En pocas palabras, una verdad que al conocerla, no pudiera refutar ni contradecir ni un judío ni un ortodoxo ni nadie con religión o sin ella.

Una verdad absoluta, comprobada.

Creíble sin fe o con fe.

¿Cuándo iba a pensar yo en mi corta vida, que este hombre, este Monseñor que había dedicado su vida entera a esa causa, experto en Teología e historia de la Iglesia, postulador para la causa de hacer santos a humanos ejemplares, iba a voltear mi mundo 360 grados con sólo la historia de un pedazo de tela?

Este descubrimiento, por mi parte, pudiera compararlo como cuando Galileo descubrió estrellas; Colón, América; Armstrong, la Luna?, ¿acaso ya lo saben los ateos?

De algún modo, ¿sería como si la omnipotencia de Dios se hubiera permeado en el sacerdote, y así, con esa voz y esa imagen de la Virgen ante mí, este hombre había logrado despertarme?, ¿o fue la historia de la tilma de Juan Diego y mi comprensión de esa bella aparición lo que volteó mi mundo?

En un instante ¿tuve fe?

La certeza que este hombre transmitía era impactante.

Quizá no me pondré a hacer rezos todo el día, pero lo único que sé es que ya no puedo negarme a tal acontecimiento.

Ni 500 años pudieron abrirme los ojos y los oídos como lo hizo este señor en 5 horas.

Esta verdad está llena de luz como para no verla.

Negarla es como querer tapar al sol con un dedo.

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos, Cuentos Personalizados.

ayalalirio@hotmail.com

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