Ojos que ven, corazón que siente

La autora es escritora, ilustradora y creadora de la Fábrica de Cuentos

Por Lirio Ayala Robles Linares

(SEGUNDA DE DOS PARTES)

—¿Serdán es por “cerdos” ? Sería ingenuidad o atrevimiento de su edad, pero se enteró quién había sido el General. Que esa calle, antes polvorienta, la llamaban Camino Real. Que, en el cruce de peatones, hubo amores que terminaron en Catedral, y ahí cerquita del centro, conoció la casona de la esquina donde nació mi mamá.

Recorrimos la Universidad. El saber de mis hijos, hará mi grandeza, retorciendo sus ojos la hice memorizar. La biblioteca nos recibió con libros de lomo grueso, un acervo que admirar. —¿A qué huele esto? , repudió.— A sabiduría — dije con claridad. Sostenía en sus manos un libro que plasmaba la versión de los vencidos, otro ángulo de la historia, diferente a su verdad. Presenció el esfuerzo de bailables y el ensamble de instrumentos, que han puesto en alto a Sonora con la filarmónica estatal.

En la escalinata se fijó en la celosía. —¿Por qué se complican tanto? Los círculos le dio flojera contar. Entonces torcí yo mis ojos, cuando creía ya ganar. Ella ocultaba su asombro con ecos de pubertad, por no creer, por desacreditar.

—Admira la belleza. Agradece la huella de otros que han dejado detrás, porque solo por eso, puedes estar donde estas.

En la sala de carruajes, fotos sepia y reliquias de un lejano tiempo atrás, conoció a la momia, y me dijo: — Ay mamá no manches, ¿a esto quieres saludar? —Ten respeto, le advertí. Tal vez es tu pariente, tu tía lejana quizá. Y otra vez, empezaron sus preguntas, su ávida curiosidad, que no sólo abre los ojos, sino que hace que el cerebro crezca y piense más. Me di cuenta que en el estire y afloje, en la labor de educar, podemos mostrar caminos que hagan a un niño pensar. Que encuentren más ilusiones, pintar de otro color decepciones, a pesar de no haber manual. Le salió una lágrima. La cebolla la hizo llorar. Y es que el aire se tupió de aromas que caracterizan la Rosales, avenida principal.

Ya sabía de personajes que ahora pintarán siempre su niñez. De aquellos que emergen en bronce de pedestales, ejemplos para reconocer. Que la rodeaba gente amable, de ojos grandes, piel de barro, que trabaja cada amanecer; sabía sobre el canto de su tierra, el murmullo de las tardes, el sonar de las campanas, los manjares y el aroma de talega de un café… sólo le faltaba ver que el día se fundiera en noche, sólo un bello atardecer.

En el Cerro de la Campana, pudo ver que su ciudad era grande. Que, si viene un extranjero, querrá siempre volver. Ahí, sin decir palabras, la vi por fin querer a Hermosillo, ciudad que la vio nacer. Yo sólo pensaba: Ojos que ven, corazón que siente.

FIN.