Dos lingotes en balanza

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos.

Me inquieta la situación actual de los jóvenes y niños, hijos nuestros, sobrinos, o compañeros de los míos. Cuando creo estar armada, por los años, me doy cuenta de que mi armazón para combatir influencias de cualquier tipo con las que se topan es frágil.

A mis hijos los embalsamo de amor, de convivencia sana, de ejemplos. Aun así, siento que voy a contracorriente. Sus mentes están impregnadas de un hechizo llamado tecnología y no encuentro la pócima que lo deshaga.

Recurro a la incoherencia de hechizarme por igual, para en ese mundo entender lo que sucede, pero ellos nacieron con un nuevo alfabeto que, casi creo, no coincide ni con el mío ni con la Real Academia Española.

En la lucha por encontrar la fusión y equilibrio entre dos generaciones, la de los padres y los hijos, siento que juego a la balanza en donde pongo mi lingote, de oro, más preciado, según yo, pero cuando mi hija pone el suyo, el peso se tambalea a la par.

Visualizo esa balanza. Le agrego, le quita, le pone, le quito... sube y baja. Como si fuera un juego de mesa, trato de introducirme a su mundo de redes y “apps”.

Fortalezco mi armazón cada que puedo, con talleres que me actualizan; con sentido común para no caer en juicios, ego o reacción; con tiempo de calidad en familia buscando comprensión, límites, reglas y amor; y con atención como enfoque en su formación, buscando un resultado positivo.

De algún modo, ese es mi instructivo. Si te soy sincera, a veces me quedo trabada en el tablero, pierdo turnos, aviento los dados a la suerte, o con paciencia vuelvo a poner todo en su lugar.

Un día mi hija me pidió comprar un nuevo juego en su tablet. Era fácil decirle: “sí, claro, toma la contraseña”. Pero no. Ya sucedió que recibí una factura desmesurada. Entiendo que en los tropezones los hijos se levantan y aprenden.

Pero nosotros también vamos aprendiendo junto a ellos a ser padres. Por eso, me impuse la tarea de entender un poco sus andanzas bajo este acuerdo: Por cada video de YouTube que ve, yo le muestro otro de mis tiempos: me enseñó un video de Maluma y yo le puse el Huapango de Moncayo; me enseño su larga lista de Amazon, y yo una más larga de libros por leer. Por cada “tik tok” que hacía, le recité una poesía. Por cada canción reggaetón, un himno nacional.

Y así, se volvió un juego de tipo “peso por peso”.  Se emocionaba con la música de mis tiempos, se sumergía en los libros de autor. Mis gestos de asombro, como los de ella, eran mucho más acentuados. No podía coordinar un paso de sus bailes ni ella podía mis pasos sosos bailar. Te podrás imaginar tal trifulca de contrastes, la batalla entre el amor y la paz.

De este modo, poco a poco, en la confianza, se fundió en oro mi escudo, y su espada por igual. Al final de cada juego, la balanza fue quedando derechita. Yo aprendí de ella y viceversa. Noche y día. Épocas distintas incapaz de fusionar. Sin embargo, hija y madre son lingotes de oro en balanza, armazones y espadas en batalla, campo abierto, para vivir al jugar.

 

 

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos.

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