Bienvenidos, ojos color miel

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos, Cuentos Personalizados.

Estaba junto con otras treinta personas o más esperando la llegada. El avión acababa de aterrizar. Del lado donde yo me encontraba, veía caras desconocidas, pero miradas que me parecían familiares: semblantes de impaciencia, alegría, expectación.

El ambiente era tenso y se sentía una ansiedad causada por la puerta que tardaba en abrirse. Los minutos que pasaban se volvían segundos eternos.

—¡Qué ya se abra esa puerta, maldita sea!— dijo uno que estaba a mi lado vestido de negro, desesperado.

Unos niños preguntaron ochenta veces, supuse que a sus abuelos, que si ya iban a llegar. Otros llevaban globos y letreros fosforescentes de “bienvenidos”, pero la puerta no se abría.

A mí se me pasó la espera observando a cada persona. Aunque no conocía a la gente que me rodeaba, sentía una empatía, una cierta coincidencia sólo por estar ahí.

En eso, por fin, la puerta translúcida se abrió, y empezaron a salir como hormigas los pasajeros. Y aquí es cuando el momento me empezó a conmover. Vi llegar a una abuela con una maleta que casi explotaba, seguro llena de recuerditos de algún rincón del mundo, y entonces, esos niños preguntones corrieron a abrazarla.

Vi a una mujer arropada en tela negra con mirada triste; quizá venía a despedir a alguien, por última vez. Aquel hombre que antes maldecía pronto la acogió con ternura. Vi ojeras en los rostros de algunos hombres cansados, que cargaban regalos y que revivían con algún abrazo. Vi miradas enfermas y miradas sanas. Vi gente que venía por su sueño americano con tan sólo un morral de pertenencia. Vi a un hombre que empujaba a duras penas una silla de ruedas, y a otro una carriola. Vi los ojos de un niño cargando un trofeo más grande que su altura, alzándolo con gozo por sus méritos y recibiendo porras de sus familiares.

Y por fin, más allá, vi esos ojos color miel y su carita llena de pecas, sólo expresando un “ya llegué, mamá”. Me entró una feliz taquicardia, y al abrazarla sentí un alivio.

Recibir, llegar, reencontrarse, es muy grato. Cuando coinciden las miradas, puedes sentir el alma de cada persona y entender un poco sus historias. Aterrizar siempre te sacude. Pisar tierra te despierta. Llegar a donde sea que llegues, cargar tu equipaje, liviano o pesado, caminar, atravesar puertas, encontrarse y coincidir te da sentido de existencia. Si le sumas a eso el que llegues sano y salvo y ser recibido con una mirada sonriente, es muy reconfortante. Por eso, espero que tus miradas, a donde llegues, coincidan, y que con quien estés, sonrías, y que a donde vayas, ¡tengas un buen viaje!

 

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos, Cuentos Personalizados.

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