La Viena, Centenario

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos, Cuentos Personalizados.

Una tarde como muchas.

Vueltas sin chiste.

Paradas exprés por pan, huevos y leche; contando los minutos que desaparecen sin ponerles sentido, pegada al volante haciendo paradas y bajadas entre semáforos y destinos.

Apurada.

Platicando temas irrelevantes que se olvidan.

De repente, queriendo y no, el horizonte capta mi mirada y me hipnotiza con sus colores, y me sumerge en el camino hacia La Viena, a Centenario, a la casa en que crecí.

Llego.

Ahora ya no es mi casa, es la casa de los abuelos.

Y desde el primer paso de la calle hacia su porche, una fuerza abismal me lleva adentro.

Con cautela, reconozco en cada paso los años de cada parte de la casa que transcurrieron mientras yo daba esas vueltas, necesarias, de rutina, pero sin ponerles sentido.

Mi mente, en su más profunda anatomía, separa los ruidos de la calle, y encuentra en esa casa muchas piezas que le han dado vida y forma a mi persona, y que de repente olvido, como vitrinas empolvadas, sin el más mínimo gesto de mi parte por agradecer el ser parte de mi existencia.

¡Cuántos años han pasado! y apenas lo reconozco:

La reja negra, el porche -con una tenue luz que enmarca las bancas pintadas de verde-, la teja tan peculiar, las flores, la puerta de vitrales, el piso de mármol, las cornizas de madera…

Estantes con enciclopedias y libros, el piano, las pinturas, retratos, floreros, porcelanas.

Estambres que decoran cada cama y abrigan fríos pinceles y acuarelas que respiran.

La mesa siempre puesta para recibir a quien sea, un mandil colgando en la cocina, de fondo la radio que suena eternamente como susurrando la 107.5… y luego el jardín.

Y como si la casa me diera la bienvenida después de un largo lapsus en mi vida, descubro qué tan alto está ya el árbol de la entrada.

Noto cómo los helechos han formado su propio invernadero, truenan las hojas de las palmeras casi tocando al cielo, cuando la última vez que las aprecié las alcanzaba por poquito.

Las bugambilias bailan con el suave viento en una sinfonía perfecta de plantas, flores y ramas que adornan todo el jardín de los abuelos.

Las jaulas de los pájaros, en distintas locaciones, sirven de fondo para ambientarlo con vida propia. Oigo chapotear y dar brincos a una alberca que salpica infancias bien vividas, junto a perros, pavorreales, conejos y gallinas.

Percibo aromas mezclados de azafrán y costillitas.

¿Dónde he estado que no me había dado cuenta?

Por si fuera poco, en un remolino de emociones, sentada en la poltrona, reconozco que las paredes hablan.

De repente salen al aire, casi 40 años de recuerdos contenidos en sus bardas: risas, regaños, voces de muchas personas que han estado en el jardín, en la casa, o en cualquier rincón de ese espacio.

Mis papás están a mi lado, disfrutando mi visita.

Mi apuro de todos los días se desvanece, se me olvida.

Una sensación curiosa de paz.

De sus palabras, salen destellos como mostrando su gran trayecto: cafés, cervezas, cigarros y a veces vino; pesebre en musgo, rosca de Reyes, huevos de pascua, trenzas, bigotes y días patrios muy coloridos; cuerpos de acero, corazones blandos, mentes brillantes, ¡todos al mando!

Toda una vida de brindis ante las crisis, rezos a santos, entre lo bueno y lo malo Dios de invitado.

Hogar unido, ejemplos varios, trabajo honesto, esfuerzo arduo, mano que ayuda al necesitado.

Y así, todo surge, revive, y tantos años se fusionan en un momento, en esa tarde que me dice: ¡el tiempo pasa!

Una ráfaga sacude de repente todo el polvo.

Clarifica mis sentidos y me vuelve a la realidad, a lo importante.

Consciente, me doy cuenta que he visto sin mirar, y entonces, con mis padres a mi lado, mirándoles de verdad a los ojos, los escucho, y por fortuna acompaño aún.

A ellos, las piezas más importantes, reliquias vivas y delicadas de valor inagotable, a quienes han dado vida y mérito a la casa de Centenario.

¡Qué abuelos!, ¡qué padres!, ¡qué personas!, ¡feliz día de los abuelos!

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos, Cuentos Personalizados.

ayalalirio@hotmail.com

Instagram: Letraplasmada; la.fabrica.de.cuentos