Un duelo sin despedidas

La autora es Licenciada en Ciencias de la Comunicación.

Hoy abordaré un tema que nunca me hubiese gustado tocar, porque sé que muchas familias no sólo en Hermosillo y México, sino en todo el mundo, están atravesando por el duro proceso de un duelo, tras perder a un ser querido cercano a causa de este terrible virus que llegó para arrebatarnos la tranquilidad, la salud, y en el peor de los casos, la vida.

Pero no se trata sólo de un terrible duelo colectivo, como puede presentarse en hechos como un desastre natural o un catastrófico accidente.

En esta pandemia, el peor dolor que se ha enfrentado es tener que experimentar un duelo sin despedidas, una impotencia ante la inminente muerte de esa persona, sea de cualquier edad, que deberá confiar su vida sólo al personal de salud y cuyos familiares ya no podrán verla a menos que se recupere.

Este shock emocional que experimenta tanto el enfermo como su familia, es sin duda el proceso más difícil de sobrellevar desde el momento en que se confirma el diagnóstico, la incertidumbre de si se podrá ganar la batalla al virus, o si es mejor esperar lo peor e intentar dejar todo lo que está pendiente arreglado por si ya no hay un regreso.

Puedo imaginar esa enorme desesperación que puede sentir el enfermo de Covid-19, quien ve que su existencia depende de que haya una cama de hospital y un respirador disponibles para él en caso de que se agrave y lo necesite; que su vida está en manos de personas igual o más atemorizadas que él, que entran a atenderlo y monitorearlo lo más protegidos posible, porque en esos momentos es un transmisor de una posible muerte.

Tal vez las personas, en algún momento de la vida, idealizaron una forma “digna” de morir: en un lecho rodeadas de sus seres más queridos ya a una avanzada edad, mientras duermen, de una enfermedad terminal, en un sorpresivo accidente, pero nunca de esta forma cruel, que no permite al menos ver a tu familia en los últimos instantes para decirles adiós.

Y esta crueldad la sufren de igual manera sus familiares afuera, impotentes ante lo posiblemente inevitable, quienes ven que aun si se tiene la mejor atención médica, sólo la respuesta del organismo del enfermo ante el letal microorganismo definirá si se recupera o no, y más en aquéllos en quienes su vida depende sólo de un milagro.

La angustia aumenta si el paciente no recibe los tratamientos adecuados ni de forma oportuna por la saturación de los hospitales y la falta de medicamentos.

A todo esto se suma la incertidumbre de pensar qué pasará si ocurre lo peor, si esa persona nos deja de forma tan repentina y rápida, cómo se enfrentará el hecho de que ya no esté con su familia, con su pareja, sus hijos, padres, etcétera.

El desconocer cómo enfrentar todo lo que se viene de golpe en todos los aspectos, no sólo en el emocional, también en el familiar, económico y social, acentúan todavía más la dolorosa situación.

Es por ello que en estos últimos meses, no sólo psicólogos, sino especialistas en Tanatología, han apoyado a las familias que pasan por este proceso, del cual pueden tardar mucho tiempo en salir, sobre todo si la enfermedad avanza y hay pocas probabilidades de una remisión.

Sin pretender ser fatalista, sino más bien realista, es importante que todos reflexionemos y sepamos que cualquiera de nosotros puede enfrentarse con un duro golpe como éste, ya sea como paciente o como familiar del enfermo y, llegado el caso, debemos estar fortalecidos física, emocional y espiritualmente.

Sólo así pasaremos por este trance con la aceptación suficiente para resistir lo que nos toque vivir.

Desde aquí un sincero reconocimiento y solidaridad a toda persona que ha pasado por esta difícil prueba y mi deseo de que encuentre paz y fortaleza.

La autora es Licenciada en Ciencias de la Comunicación.

Ha sido reportera y editora en medios impresos y digitales.

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