Vivir en el territorio

El autor es Licenciado en Comunicación y Maestro en Tecnología Educativa.

Al unísono decíamos: 29 estados, un Distrito Federal y dos territorios, profesora.

El grito se escuchaba hasta la plaza y con más orgullo alzábamos la voz al expresar dos territorios, en el salón de la primaria Benito Juárez de Santa Rosalia.

Quiénes nacimos a inicio de la década del sesenta y vivimos en el territorio de Baja California, sabemos lo que es vivir en una comunidad prácticamente aislada carente de vías de comunicación.

En términos prácticos la península es una isla, en Santa Rosalía durante muchísimos años la vía marítima fue la comunicación por excelencia, y el conducto para la entrada y salida en gran medida de la materia prima y de los bienes de consumo para la comunidad minera.

La carretera transpeninsular fue inaugurada por el presidente Luis Echeverría en 1973, en esos años también empezó a realizar sus viajes el transbordador Díaz Ordaz con la ruta Guaymas - Santa Rosalía.

Pero antes de los 70, un viaje a La Paz era un traslado de dos días y al norte de diez días en condiciones normales, decíamos al norte para referirnos a Ensenada, Tijuana y Mexicali.

Por el lado norte llegaba la mercancía no perecedera, bienes domésticos y ropa.

Eran los tiempos de los negocios familiares, cada comerciante tenía su troca y choferes, conductores que no sólo sabían sortear los estrechas brechas de la península, sino también entendían de mecánica para sobrevivir en esos sinuosos caminos.

Fue la época de los choferes, esos héroes del camino; de niños escuchábamos las aventuras del Güero Naylon, Armando y Pepe Verdugo, Corneta, del Chupado y del Babel.

A través de esas historias supimos de la existencia del rancho de Doña Flora y de la comunidad el Arco.

Cuando los choferes llegaban del norte lucían esas playeras con la leyenda Husongs, tiempo después supe que era una cantina famosa de Ensenada.

De Santa Rosalía a la ciudad de La Paz se hacían dos días con escala en el poblado de Comundú; tuve la fortuna de hacer el viaje al puerto de ilusión encaramado en la troca del correo que conducía el Chemo Zúñiga.

Hacer el viaje fueron sentimientos encontrados, ver desde la altura la belleza del mar de Bahía de Concepción y miedo al mismo tiempo por el paso del camión que conducía el Chemo con una naturalidad admirable por esas brechas tan angostas de temer.

El mar era el conducto más rápido para Cachanía, siempre y cuando el tiempo con su quietud hiciera del mar una travesía benévola.

El barco Korrigan de la Compañía el Boleo, fue la embarcación más grande y de ruta larga, navegó los mares llevando la grandeza y conectando a Cachanía con el mundo.

Pero también los pequeños buques comunicaron al puerto. Los barcos el Güero, Jesús Enríquez y el Biosca eran las embarcaciones que trasladaban de Sonora verduras, frutas, harinas entre otras mercancías.

De niño veía cómo descargaban los alijadores las mercancías provenientes de Guaymas, trabajadores pertenecientes a la Unión de Alijadores y Estibadores del Puerto.

Esos personajes, marineros y choferes no sólo trasladaban a Cachanía los productos para la subsistencia, sino también llegaban con experiencias, sucesos y relatos que al platicarlos hacían más llevadera la vida en ese aislamiento que significó vivir en el territorio.

El autor es Licenciado en Comunicación y Maestro en Tecnología Educativa.

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