Y la nieve, ¿de qué la quieres?

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

(De mente abierta y lengua grande)

¡Está bizco su hijo!

Exclamó la partera mientras sostenía a mi hermano recién nacido en sus brazos, y es que a pesar de ser el hermano menor, Noé fue la última “criatura” recibida por las famosas manos de “La China California” en la Capital del Mundo; días después, “La China” murió, y aunque mi hermano se ha declarado inocente por más de 30 años, todos estamos seguros de que la pobre mujer no soportó el impacto de esa mirada exorbitantemente conflictuada y asimétrica.

Acto siguiente: mi mamá se operó, un epiléptico y un bizco era suficiente descendencia para este mundo lleno de problemas.

Y aunque en mi caso no sucedían ataques de gran magnitud, si existían ligeros estremecimientos con movimientos de ojos nivel exorcismo; todo ello era merecedor de infinidad de estudios, consultas y medicamentos que sabían a fresa, menos mal; de tal forma que había la necesidad irremediable de venir a Hermosillo con frecuencia para un estudio cuya trama era un calvario, pero llevaba consigo un final feliz que superaba cualquier telenovela:

La noche previa al estudio pasaba la noche en vela, estaba prohibido dormir, para lo cual mi papá me tomaba del brazo y salíamos a caminar por las calles contiguas de Ley bulevares, aún sigo sin entender de dónde sacaba historias para que las horas transcurrieran con tanta dignidad.

Al amanecer nos íbamos directo al consultorio, el doctor pacientemente colocaba uno a uno alambritos en mi cabeza y los adhería con una especie de pasta dental, y ahora sí, a dormir mientras un aparato trazaba líneas de manera enloquecida, las cuales eran el diagnóstico que días después descifraría el especialista ¡Ah, el final feliz!

Obviamente había una motivación que encausaba esta tragedia, una motivación con sabor a fresa (por si no fuera suficiente el jarabe para la epilepsia).

Al caer la tarde, salíamos a la calle a paso veloz, desde lo lejos se divisaba un local pintado a rayas, con una serie de envases de plástico duro colocados meticulosamente sobre repisas en la pared trasera (debo decir que siempre pensé que estaban llenos de nieve), nunca supe si había opción diferente a mi incondicional nieve de fresa; el premio por aguantar los desplantes neuronales de mi cabecita era un litro de nieve Ricco sabor fresa que debía ser consumido antes de regresar a la Capital del Mundo, era imposible llevarlo 6 horas por carretera conservándola congelada.

Obviamente nos llevábamos el recipiente de plástico rígido que era usado para congelar frijoles y después de terminada su vida útil en la cocina, pasaba a la pila del lavadero para surtir de agua a “La Carmela”, quien lavaba los pañales de mi hermano el bizco.

En la Capital del Mundo las nieves tenían su aparición triunfal cada que un carrito llegaba anunciando su arribo con Der Vogelfänger bin ich ja de Wolfgang Amadeus Mozart; por si no sabían es uno de los temas principales que muchas neverías móviles han hecho suyo para anunciar su presencia, adecuándolo al sonido de un pianito de juguete.

Con los años, el “Güero” de Luciano empezó a llevar unos galones que sólo podían ser adquiridos por la crema y nata, o en su caso, por nosotros mediante la reventa en forma de conos con una o dos bolas.

Y aunque en San Pedro de la Cueva la nieve llegó pasados los noventas, en Persia se empezó a preparar en el 400 a. C., los persas almacenaban hielo dentro de grandes refrigeradores naturales, conocidos como Yakhchal, ahí mantenían el hielo recogido durante el invierno, dentro de subterráneos usando altos receptores de viento; después el hielo era mezclado con frutas, flores y especias para ofrecerlo a la realeza en el verano.

Ahora, cada vez que me lanzan la pregunta: “y la nieve, ¿de qué la quieres?”, mi corazón late por aquella nieve de fresa, pero mi paladar exige probar un sabor nuevo cada vez para generar nuevos recuerdos, claro está que ninguno ha podido superar el de esa nevería que, además de helado, nos brindaba recipientes para los frijoles.

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

@chefjuanangel