Vivir en una ciudad violenta

El autor es Jefe de Información en EXPRESO.

Tijuana, Ciudad Juárez, Uruapan, Irapuato, y Ciudad Obregón son ciudades que he visitado por algún motivo; al mismo tiempo son cinco de las ciudades más violentas del mundo, según el ranking 2019 elaborado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, que incluye a urbes de otros países.

Este ranking se elabora con base al índice de homicidios ocurridos a nivel mundial, con el que se conforma el listado final de 50 ciudades con mayores tasas de este delito por cada 100 mil habitantes, cuyos resultados obtenidos exponen una tasa de 134.24 homicidios por cada 100 mil habitantes en Tijuana; 104.54 para Ciudad Juárez; 85.54 en Uruapan; sigue Irapuato con 80.74 y Ciudad Obregón con una tasa de 80.72 homicidios.

Ahora te hago el cuestionamiento ¿qué significa vivir en una ciudad violenta?

Tal vez lo puedas responder porque lo has vivido en carne propia, porque te han platicado, has escuchado comentarios, lo ves en los noticieros, o conocido leyendas urbanas -que ahora pululan en grupos de Whatsapp- que provocan volar tu imaginación y posiblemente sentir empatía y ponerte en los zapatos de quienes viven en al menos las cinco ciudades ya mencionadas.

Te platicaré un poco de lo que personalmente he experimentado al residir en una ciudad violenta, de la cual no diré nombre, pero sí mencionaré que es un bello y paradisíaco destino turístico del noroeste de México, con playas catalogadas dentro de las mejores del planeta, hoteles nivel diamante y cálidos anfitriones para recibir en sus hogares a quienes por una u otra razón les abren las puertas.

Seguramente has escuchado la frase “la realidad supera la ficción”, en efecto así es, porque la ficción es un suceso fingido producto de la imaginación; en la realidad posiblemente vivas apacible en tu casa y cambiar radicalmente tu estado de ánimo, en un abrir y cerrar de ojos te embarga la incertidumbre, el temor, la ansiedad luego de escuchar “el rugir de la metralla” como diría un corrido de los Tigres del Norte, y el rechinido de las llantas de un carro que a toda velocidad huye del lugar.

Por unos segundos el silencio es sepulcral, luego vienen los gritos, llanto de dolor, maldiciones e incluso exclamaciones de venganza; los curiosos asoman la cabeza a la calle, arriban patrullas, peritos, reporteros y más curiosos.

Cuando esas detonaciones se vuelven el pan de cada día, a cada hora, a cada minuto, a cada segundo, lúgubre silencio invade las calles, las cotidianas conversaciones en casa, con los amigos, el trabajo, cambian por pláticas en las que desahogas tu miedo, tu temor, tu impotencia; luego aparecen los discursos en los que las autoridades minimizan la situación, repiten una y otra vez el clásico cliché verbal: “se matan entre ellos”, e incluso no recibes el apoyo que por mandato constitucional deben darte.

Mientras tanto, vives en una ciudad violenta en la que tal vez se estén matando entre ellos y con el temor de que el siguiente disparo sea una bala perdida que acabe con tu vida, tus hijos, amigos, conocidos, o con la de quien nada debe, nada teme.

Así es vivir en una ciudad violenta, donde las calles se llenan de cruces pintadas y las esquinas donde antes jugaban niños son referente de algún homicidio.

El autor es Jefe de Información en EXPRESO.

roberto.lopez@expreso.com.mx