El punto ciego de cualquier organización

El autor es periodista con más de 30 años de experiencia en medios escritos y de internet

Uno de los cuidados que tiene cualquier dirigente de una organización o parte de ella, es el aprender a manejar la comunicación en los diferentes sentidos propios.

El cuerpo humano comunica a través de sus gestos o palabras, y cuando es oral el cuidado se amplifica en el modo o en la manera de conducir su expresión en los tonos debidos y con la exactitud precisa.

La creación de enemigos en el primer círculo suele ir acompañada de una interpretación que no gustó a quien se le dirigió.

La mayoría de los jefes piensan que el subordinado debe aplicarse al modo o a la forma en que se le dirige, aunque esta sea hiriente.

Para eso se le paga, suelen decir quienes manejan organizaciones empresariales, así es el dirigente, compréndelo, es la justificación que, si bien conlleva una política de comunicación, también, ese mal cuidado de las formas suele ser el inicio de traiciones, baja productividad y hasta el inicio de rompimiento con la organización con miras a conformar una nueva o bien, establecer las dinámicas necesarias para que se agriete.

Quienes estudian y analizan la llamada “alta escuela del liderazgo” suelen tratar este tema de manera somera, en un apartado relacionado con el tema de comunicación, pero no profundizan en el mismo porque según su pensar el subordinado debe adecuarse al tratamiento que la ofrece el estilo del líder y en este contexto visualizan, ejemplifican y justifican la productividad de una organización con la actitud y comportamiento del jefe, aunque sea un prepotente de marca.

Esa actitud altanera deja en el camino el desarrollo máximo de sus cercanos que se cierran en ideas y en soluciones prontas y mejores para enfrentar las problemáticas presentes y futuras.

El estilo del jefe deja escuela siempre y llega un momento en que el mismo dirigente –ante nadie que le llame la atención--, piensa que es el mejor estilo de liderazgo pues es el que mejor funciona. Esta actitud suele ser menor luego de los sesenta, setenta u ochenta años de edad, cuando ya no tiene que competir por ser el mejor y comprende que el fin de su vida se acerca, además claro está, que entiende a la perfección que el tiempo y la historia lo juzgará.

Le llaman madurez.

Dicen que para líder no se estudia. Eso es falso. El aprendizaje en el manejo del personal conlleva a aprender que no se debe dejar ninguna herida sin sanar –por eso no deben causarlas--, y que la fuerza de la decisión a tomar, por más dura y radical que sea, para que sea efectiva, ésta no radica en una posición intransigente, sino en una labor de convencimiento que empieza con una adecuada actitud personal y oral.

El autor es periodista con más de 30 años de experiencia en medios escritos y de internet, cuenta licenciatura en Administración de Empresas, Maestría en Competitividad Organizacional y Doctorado en Administración Pública. Es director de Editorial J. Castillo, S.A. de C.V. y de CEO, Consultoría Especializada en Organizaciones… Cuando la unión de esfuerzos no es suficiente.

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