Salir adelante

La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.

De niña mi mamá no paró de decirme que tenía que estudiar para salir adelante y ser alguien en la vida. De verdad, ella no dejó de hacerlo por años. Fui de esas niñas que iban a colegio particular, con buenas calificaciones, pero no mejor conducta, becada casi siempre por gobiernos.

Y eso es algo que siempre he tenido presente, que mis padres priorizaron invertir en mi educación a como diera lugar, por eso, a menudo la casa parecía que nos iba a caer encima; tampoco había muchos adornos. Muy temprano me percaté que el tema económico era motivo de angustia en casa y busqué por mi cuenta conseguir una beca para la universidad, no paré hasta terminar  literalmente corriendo detrás de un Gobernador para solicitársela personalmente.

Recuerdo muy bien ese día. Sentía las orejas calientes, el mandatario subía apresurado las escalinatas del Palacio de Gobierno de Sonora y ahí iba yo, detrás de él, llamándolo, hasta que por fin volteó a verme. Lo hice bajo esa lógica que me repitió mi madre tantas veces “vergüenza es robar y que te vean hacerlo”.

Y yo no estaba robando, sólo buscando cómo disminuir en mis padres la angustia que les provocaba el pago de mis estudios, sin saber todavía que ese tema iba a ser una constante en mi vida.

Ciertamente, me gusta estudiar, pero más allá de eso, me parece que realmente me tomé muy en serio que el camino para ser alguien en la vida y salir adelante es la educación. Todavía no llego a

inscribirme en un doctorado, pero es un proyecto en el que  suelo rumiar con frecuencia.

Esto de “salir adelante” se convirtió desde hace tiempo en un propósito al que no pienso dar tregua hasta alcanzarlo. Nací mujer en México y en una familia de clase media, ¿no es eso un claro

desafío?, por supuesto que lo es. Nunca lo he dudado, especialmente cuando recuerdo todas esas veces que intenté demostrarle a mi padre, un agricultor de 70 y tantos años, interés en el campo y

él simplemente ignoró.

No  lo juzgo, lo entendí, al menos vio importante que estudiara y viajara para aprender y valerme por mí misma. Si de algo estoy consciente, es que no sólo me represento a mí misma, sino a muchas más mujeres, algunas de ellas ni siquiera han nacido.

Por eso,  quisiera atravesar esos techos de cristal impuestos sobre nuestras cabezas, que nos obligan a percibir salarios inferiores a nuestras capacidades, preparación y talento.

Quisiera lograrlo, a pesar de una estructura que parece inamovible e impenetrable. ¿Por qué?, porque al mundo no le perjudica en absoluto que seamos todos y todas en conjunto quienes  contribuyamos al bienestar, a mejorarlo en tantísimos rubros, especialmente ahora que nuestra supervivencia se ve amenazada de forma constante, que parece que no hemos aprendido de las guerras y que la desigualdad permanece.

La igualdad no le hace daño a nadie y eso es algo que necesitamos tener clarísimo. Por ahora, requerimos de muchísima determinación y no olvidar que, en estos tiempos, cualquier logro de nosotras, las mujeres, no es individual, sino colectivo y muy útil.

La igualdad es el horizonte y en los horizontes no hay techos de cristal, ahí nuestros sueños son realizables y pueden extenderse siempre.

La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.