¡Eran otros tiempos!

La autora es chef y comunicadora

(Una mujer educada por mujeres)

Siempre me gusta decir de donde soy, amo profundamente mi tierra, para mí es muy grato platicarles todos los recuerdos maravillosos que tengo de mi niñez y de toda la gente buena que estuvo siempre a mi lado -eran otros tiempos-, me dicen mis hijas, creo que para todos los que tenemos recuerdos gratos es una maravilla de época; éramos tan ricos y no lo sabíamos, cuando lo teníamos todo y en realidad no teníamos nada, pero estábamos tan llenos, unidos, completos, no faltaba nadie a la mesa.

Mi educación primaria la hice en una escuela maravillosa donde aparte de tener excelentes maestros que veíamos como parte de nuestra familia, había respeto, ese respeto lindo a la escuela pública, al uniforme y zapatos boleados que parecieran de charol de tanto brillo. La eterna lucha por pertenecer a la escolta, por estar en el grupo de poesía, en el coro, en la obra de teatro, o en mi caso, por entrar dos veces por semana a la clase de cocina de la maestra ALICIA VIUDA DE CAMOU, una señora con un aspecto pacífico increíble que siempre vestía luto.

“Tenemos que desflemar los frijoles para que no nos llenen de gases, la sal la vamos a agregar ya que estén muy blanditos, después agregamos un diente de ajo y poca cebolla para que perfume y llene de aroma calidez la casa”, eso es verdad… ¿a quién de ustedes no le trae recuerdos maravillosos ese perfume de tierra, hogar y sabor? Tienen razón mis hijas, ¡esos eran otros tiempos!

En esas épocas no quedaba lugar para andar de vagos, los vagos del pueblo estaban bien identificados, teníamos clases por la mañana y actividades culturales y artísticas por la tarde, recuerdo con tanto gusto cuando se llegaba el viernes por que ese día podías durar con el uniforme hasta tarde a veces, pero de rigor, si no teníamos cumpleaños de alguien, podíamos jugar hasta tarde debajo del poste de la luz y platicar historias de fantasmas o juntarnos en el porche de LA CLARA, mi vecina de la esquina, a jugar lotería.

Cuando se acercaban las fechas especiales todo el chamaquero del barrio corríamos a ensayar afuera de la casa de DON JOSÉ VIDAÑA, ahí hacíamos obras de teatro y nuestros padres y vecinos se reunían a vernos, alguna vez cerramos la calle e invitamos a las autoridades en turno a que nos acompañaran, todos eran tíos, primos y amigos que hasta la fecha sin tener lazos de sangre lo son.

No sé si el silencio de los domingos era por todo nuestro cansancio acumulado durante la semana, no sé si era porque estábamos juntando energías para inventar alguna otra cosa el lunes a primera hora.

Sólo puedo decirles que siempre que se llegaba la hora de entrar a casa nadie quería irse, teníamos miedo de que nuestra diversión se acabara, no sé qué día, en qué momento a qué horas, todo aquello que teníamos se esfumó; otras gentes, otros juegos, otros silencios, algunos silencios como el que se siente cuando despides a un amigo o a un hermano y tu mesa jamás estará completa de nuevo. ¡CÓMO LOS EXTRAÑO!

Tienen razón, eran otros tiempos…

La autora es chef y comunicadora.

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