El “Dios automóvil” y el efecto de isla de calor urbana en Hermosillo

El “Dios automóvil” y el efecto de isla de calor urbana en Hermosillo, escribe Luis Alan Navarro Navarro en #FueraDeRuta.

Tener al automóvil en la cima de la pirámide de movilidad urbana crea muchos problemas más que un tráfico congestionado y las emisiones que genera. Primero, los datos, según INEGI (2020) había en Hermosillo 371,637 carros particulares, 3 de 4 viviendas habitadas mencionaron tener al menos un carro, solo el 13% citaron usar la bicicleta como medio habitual de transporte. El diagnóstico de movilidad urbana publicado por la organización Hermosillo ¿Cómo Vamos? En su informe de indicadores 2021, no es muy favorable. Remarcan la falta de infraestructura peatonal: con 96% de las manzanas sin paso peatonal, casi la mitad sin banquetas, entre otros indicadores. También sustentan uno de los argumentos de este artículo: “todo para el Dios automóvil” (palabras mías), según un análisis del gasto federal en movilidad en Sonora 2008-2017, el 90.6% del gasto fue por concepto de mejoras viales para los automovilistas.

En Hermosillo, para la mayoría de las personas, tener carro es una necesidad más que un lujo. Significa poder llegar a tiempo al lugar de trabajo, por ende, mantener el empleo y el sustento familiar. Al parecer, el más barato vehículo “afiliado” (o nacional), amén de su estado mecánico, es mejor opción y da mejor servicio que “agarrar el camión” (transporte público). Sexenios del gobierno estatal han llegado y se han ido, sin resolver el problema que solo parece pasar de “Guatemala para entrar a guatepeor”. Es el Estado el gran regulador de este monopolio natural llamado transporte público, aparentemente enfrascado en el dilema del “principal y el agente”, con los concesionarios.

En resumen, el deficiente transporte público y el desinterés a promover (más allá de infográficos coloridos en redes sociales) otras formas de movilidad han hecho que los hermosillenses dependamos del carro.

El carro tiene un apetito voraz por el espacio. Una ex directora del IMPLAN Hermosillo mencionó una vez “los carros son como el gas, ocupan (se expanden a) todo el espacio disponible”. Según estudios, un carro particular pasa el 95% del tiempo estacionado, un espacio de estacionamiento debe de esperarlo en algún lugar. Esta necesidad de estacionamiento (y también su uso claro esta) ha pasado por encima de otras formas de movilidad y lo peor, eliminando (o no incluyendo) la vegetación urbana.

Quitamos carriles de estacionamiento y reducimos camellones de bulevares para ampliar avenidas; los negocios rediseñan sus frentes para hacer cajones de estacionamiento en batería, eliminando árboles alineados en las banquetas y afectando el tránsito del peatón; se construyen planchas de asfalto en lugares de alta concurrencia (ver imagen: https://bit.ly/3o2SF5l). Para muestra un botón, alrededor del 40% de la superficie total sobre donde está emplazado El Colegio de Sonora es estacionamiento (sin árboles o vegetación) ¿Qué pasa al carro al llegar a casa? Pues idealmente lo queremos guardar en una cochera o garaje, idealmente techada, para esto estorba el jardín frontal y los árboles de las banquetas.

Recientemente vi un documental en YouTube (https://bit.ly/3i5NBJQ) sobre lo que se conoce como efecto de Isla de Calor Urbana (ICU) en Phoenix, Arizona. La ICU nos dice que, en un sitio, derivado del entorno construido y la falta de vegetación (o humedad), se tienen temperaturas superficiales y del aire más elevadas comparado a otros lugares que por sus elementos, pueden ser más frescos y ofrecer mayor confort térmico a las personas. El caso más evidente es “la sombra de un árbol” versus estar parado en un baldío llano y terregoso al raso del sol. En el video en comento, resaltan precisamente esa relación de amplias avenidas y lotes de estacionamiento cubiertas de asfalto (negro) que atrapan y emiten calor, aún después de haberse ocultado el sol; el documental también evidencia como el efecto de ICU no se distribuye homogéneamente en una ciudad, hay áreas más calientes y otras más frescas. Y así, para terminar este artículo, se cierra este círculo vicioso, donde el calor y las calles desoladas, sin vegetación (sombra) e infraestructura peatonal no invitan a “agarrar camino a píe”, con un transporte público que no pasa con la frecuencia que debiera, sin ciclovías adecuadas, conductores descorteses que piensan que el espacio público vial les pertenece; en este estado de cosas, solo queda hacerse de un carrito, “afiliado” porque no o nacional. Agradezco su atención.

Luis Alan Navarro Navarro

Profesor-investigador en El Colegio de Sonora.