La dura verdad

Un día antes de las elecciones en Estados Unidos, David Brooks se preguntó por qué “ante la amenaza clara y presente en la demagogia derechista (y) sus propuestas que implican la violación masiva de derechos civiles y humanos, (no hubo) una movilización masiva, gigantesca en su contra, en las calles, en las plazas, en sus festejos y actos, con un lema histórico y sencillo: no pasarán”

Mi opinión es que no la hubo porque muchos no creyeron que Trump podría triunfar.

Pocas veces ha sido tan evidente lo que afirman los teóricos de la cultura: que los humanos vemos, escuchamos y creemos lo que queremos, que es también lo que podemos.

Pues aunque la realidad esté allí, se mira, escucha y aprehende desde una cierta forma de conectar los elementos (“automatismo de la percepción” le llama E.H. Gombrich), que es previa a la voluntad e incluso a la conciencia y que depende de factores como la época y el lugar en que se vive, con sus modos de pensar y sus convenciones, categorías mentales, universo de significados, sistemas de razonamiento, formas de sensibilidad y modalidades de acción.

Si algo tiene sentido es precisamente porque se inscribe en el proceso social de producción de sentido y porque remite a un sistema de representaciones y valores preexistente, tal como afirma Gombrich, “no podemos separar lo que vemos de lo que sabemos”.

Todo ello quiere decir que la cultura no sólo marca y delimita lo que vemos, escuchamos, creemos (y al contrario, lo que no) y no sólo establece los horizontes de significado y sentido, sino que incluso define lo que podemos concebir como posible.

Eso fue lo que le sucedió a millones de personas que quisieron creer que no había manera de que Trump pudiera ganar. Ellos no podían pensar de otro modo, porque eso se oponía a sus esquemas mentales y sus deseos. Y como dicen Umberto Eco y Thomas Kunhn, los humanos pensamos en términos de identidad y similaridad y buscamos que las cosas nuevas se parezcan a las conocidas.

Es lo mismo que les sucedió hace ocho años a los que vieron con horror que Barack Obama ganaba la Presidencia de su país.
Los que querían que perdiera Trump confiaron en las encuestas, en ciertos medios de comunicación y analistas, porque decían lo que querían oír, eso a pesar de que sabemos que los humanos mentimos cuando tenemos que responder sobre nuestros ingresos, sobre si pagamos impuestos y sobre nuestra intención de voto. “La gran paradoja de esta elección, escribió Erick Erickson, es que nunca quise ver al señor Trump como un candidato legítimo y creí que las encuestas estaban equivocadas, pero no lo estuvieron. Y después supuse que no ganaría porque las encuestas estaban correctas, pero no lo estuvieron”.

Este no querer ver las cosas hizo, como dijo Paul Krugman, que en los análisis hubiera puntos ciegos tan enormes, que inutilizaron por completo la interpretación.
Lo importante es darnos cuenta de que los humanos construimos nuestra versión de la realidad, pero que ella siempre es ficción. Algunas veces resulta ser como queremos y otras nos toca el balde de agua fría de que la versión de otros es la que triunfa.

No nos queda otra que convertir esto en algo que se parezca más a lo que deseamos. Claro que, para eso, primero tendríamos que aceptar que no estamos sabiendo hacer lo que tenemos que hacer, que es cambiar de modelo de acuerdo a las nuevas circunstancias y dejar de aferrarnos al modo tradicional de funcionar.

Por ejemplo, ¿Por qué estar buscando cómo hacerle para que las cosas sigan igual en la relación con los vecinos? ¿Por qué no adelantarse y desde ya buscar otros caminos? ¿Por qué esperar a que ellos tomen las decisiones y luego reaccionar? ¿Por qué no hacer algo para mostrarles que no solamente nosotros perdemos si ellos cambian su relación con México, sino que también ellos pierden? ¿Por qué no cabildear con otros países para buscar salidas?

Escritora e investigadora en la UNAM
Correo eelctrónico: sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.co