Quien en las manos del pueblo se pone no se equivoca

"Quien en las manos del pueblo se pone no se equivoca", escribe Epigmenio Ibarra en #Itinerarios

¿Se ganará esta elección, la más grande de la historia de México, en los medios de comunicación? ¿Serán la televisión y la radio los que, como sostienen muchos analistas en los Estados Unidos, toquen la mente, el corazón y muevan la mano de las y los votantes en las urnas? ¿Jugarán un papel protagónico el ejército de expertos en marketing político? ¿Inclinarán decisivamente, con su arsenal de trucos, la balanza, los estrategas de la guerra sucia electoral? ¿Definirá en suma el monto de la inversión publicitaria, es decir el dinero y la “creatividad” de unos cuantos, el destino de este país?

Yo, francamente, no lo creo.

Esta no es una elección más; el proceso plebiscitario comenzado en 2018 alcanzará, este 2 de junio, su momento estelar. La decisión de las y los votantes ha venido pues madurándose desde hace por lo menos cinco años. Los cambios radicales, cuando se producen pacífica y democráticamente, se cuecen a fuego lento; son resultado más de la reflexión que del impulso. Nacen más bien de la conciencia y de la determinación que de esas emociones primarias que, los publicistas, utilizan como materia prima para conducir al electorado.

Más de 70 años se mantuvo en el poder el viejo PRI. El régimen neoliberal, esa amalgama en torno a un proyecto económico, entre los que se decían “hijos de la revolución mexicana” y sus enemigos históricos, los panistas, se prolongó 40 años más. Todo ese tiempo, aunque en brutal desventaja, muchas y muchos lucharon contra el autoritarismo, contra los excesos de ese poder omnímodo y grandes sectores de la población padecieron la represión y los perniciosos efectos de la corrupción y la impunidad; esos dos rasgos genéticos que definen al viejo régimen y que generaron una monstruosa desigualdad social.

Sólo en apariencia tenían, el PRI y el PAN, el control total sobre esta sociedad a la que con los medios creían haber amansado y a la que ofrecían, como paliativo, una democracia simulada y bipartidista con su ritual sexenal de cambio gatopardiano. En las propias barbas de las élites que manejaban el país a su antojo la rebeldía, ahogada en sangre demasiadas veces, fue lentamente encontrando la forma de contagiarse, de expresarse, de asumir una forma novedosa -inédita en la historia diría yo- de organización. No la vieron venir entonces. No la entienden ahora. De ahí su apuesta al artificio.

No fue la derrota del PAN y PRI, en 2018, resultado de sus errores ni del hartazgo de la gente como ellos creen. Menos todavía de la seducción que sobre, la turba -así ven al pueblo- es capaz de ejercer un populista mesiánico como piensan sus intelectuales. Tampoco fueron las “limosnas” ofrecidas por Andrés Manuel López Obrador -así caracterizaron siempre a los programas del bienestar, que hoy, hipócritamente, ofrecen defender- las que provocaron esa verdadera insurrección cívica. Fue la conciencia colectiva, amorosa y lentamente cultivada, nacida de un diálogo constante sostenido a lo largo de años en plazas y calles de todo el país, la que entonces los expulsó de Palacio y les impedirá, ahora, volver a él.

“Estoy convencida -me dijo hace apenas unos días, entre una asamblea y otra, Claudia Sheimbaum Pardo- de que hoy más que nunca es el pueblo el que tiene en sus manos el control de su propio destino”. Luchadora desde muy joven, compañera de Andrés Manuel en la construcción -casa por casa- del movimiento de Transformación, ella sabe muy bien que este proceso apenas empieza. Recorrer el país, perderse entre su gente, le da ese pulso y le permite, por otro lado y en cada abrazo, infundir aliento; darle sustento a la esperanza. Quien en manos del pueblo se pone, no se equivoca.