Ganar la batalla decisiva
"Ganar la batalla decisiva'", escribe Pbro. José Martínez Colín en #VivirEnCristiano
Pbro. José Martínez Colín
1) Para saber
Tal vez el tema más socorrido en el cine o en las canciones sea el del amor. Y suele atribuírsele al corazón ese poder de amar. El Papa Francisco invitaba a contemplar el corazón de Jesús para ahondar en su amor, que al ser verdadero Dios, es el Amor divino.
Con motivo de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en su homilía el Papa recordaba la Sagrada Escritura: “El Señor se ha unido a vosotros y os ha elegido” (cf. Dt 7, 7). Dios nos ha elegido, y ha establecido un vínculo que es para siempre. El Señor siempre es fiel, a pesar, incluso, de que el hombre no siempre lo sea. Dios no tuvo miedo de establecer un vínculo eterno a través de la sangre de Cristo.
2) Para pensar
Hay una película de hace casi 30 años llamada “Corazón valiente” (Braveheart). En uno de sus diálogos, uno de los líderes militares ingleses dice: "Si William Wallace puede saquear York, puede invadir la baja Inglaterra". En la historia de las guerras se puede observar que suele haber una batalla estratégica que determina el resultado de toda la guerra. Vemos lo que significó la batalla de Waterloo para Napoleón, o la del día “D” en la Segunda Guerra Mundial. Así explicaba Jason Evert, renombrado conferencista, señalando que en la persona la batalla decisiva es la que se libra en su corazón. Porque quien gana el corazón humano, también gana la imaginación, las palabras, los pensamientos, la mirada y el alma para toda la eternidad. Ahí se decide si gana Dios o el diablo, el amor o la lujuria, el bien o el mal.
Por eso interesa pensar dónde tengo el corazón: ¿Qué pretendemos en el fondo de nuestro corazón?
3) Para vivir
El Amor de Dios, que pudiera parecer abstracto o lejano, se hizo cercano, se concretó en un hombre: en el Sagrado Corazón de Jesús.
Una causa por la que no se ama a Dios como se debe, está en no vislumbrar la magnitud de su amor. Un error humano está en considerar que el amor de Dios es como lo pensamos e imaginamos. Pero no. El amor de Dios es infinitamente superior a nuestros pensamientos e imaginaciones. Nuestros pensamientos son limitados y Dios es infinito. Si Dios fuera como lo pensamos, sería imperfecto.
Una manera de acercarnos a ese amor divino es a través de la vida y obra de Jesús: de ahí la importancia de leer y releer los Santos Evangelios que nos relatan la vida, obra y palabras de Jesús. Vemos cómo perdona, cómo se compadece del sufrimiento, cómo cura a los enfermos y consuela a los afligidos, otorga palabras de esperanza, de aliento… Jesús no vino a conquistar por la fuerza, sino que vino a ofrecer amor con mansedumbre y humildad. Y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nos lleva a descubrirlo. Podemos experimentar y gustar la ternura de este amor en cada momento: en el tiempo de la alegría o de tristeza, en el tiempo de la salud o de enfermedad y la dificultad. Jesús permanece siempre fiel y nos espera: es el rostro del Padre misericordioso.
En Cristo contemplamos la fidelidad de Dios y es una invitación a corresponderle. Cabe preguntarnos: ¿cómo es mi amor al prójimo? ¿Sé ser fiel? ¿O soy voluble, sigo mis estados de humor y mis simpatías? El Papa nos invita a pedir: Señor Jesús, haz que mi corazón sea cada vez más semejante al tuyo, pleno de amor y fidelidad.
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