Las enfermedades crónicas y el COVID-19 en Sonora: Una razón importante para quedarse en casa
Dra. en Ciencias en Epidemiología, por el Instituto Nacional de Salud Pública. Egresada de la Maestría en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora.
Dra. Liliana Coutiño Escamilla
Entre todas las palabras y conceptos nuevos que está aprendiendo la población sonorense y el resto del mundo, derivada de su exposición a medios masivos en la presente pandemia, hay una palabra clave, a la que debemos poner especial atención los mayores de 20 años: las comorbilidades.
Esto significa la presencia simultánea de una o más enfermedades, además de la enfermedad en estudio.
En este caso, cuando a una persona se le estudia de forma diagnóstica por COVID-19 (a través de la prueba PCR para SARS-CoV-2), resulta muy frecuente que ya exista el diagnóstico de otras enfermedades y, entonces, es de esperar que ambos padecimientos comiencen a actuar en conjunto, debilitando aún más el sistema inmune y comprometiendo el funcionamiento de órganos vitales, lo que conduce con alta frecuencia, lamentablemente, a la muerte.
Las comorbilidades -o enfermedades preexistentes- pueden ser de tipo infeccioso, es decir, transmitidas por animales, insectos o de una persona a otra, como la influenza, VIH o dengue; o bien, pueden ser crónicas, como la hipertensión, diabetes y los múltiples cánceres.
Cada una de estas enfermedades se viven y atienden de forma distinta en cada paciente, en función de muchos factores sociales como la edad de la persona, si es hombre o mujer, a qué se dedica, su nivel económico, si posee -o no- seguridad social, si vive en zona rural o urbana, etc.
Otro factor que incide en la atención de una enfermedad es la percepción del riesgo, ya que entre menos riesgo le atribuya la persona a su enfermedad -es decir, entre menos peligrosa piense que sea- más posibilidades tendrá de actuar de manera perjudicial para su salud y, en consecuencia, su enfermedad se agravará.
Las enfermedades crónicas, como la hipertensión y la diabetes, son un ejemplo de cómo las personas cuidan poco de su salud, debido a la baja percepción de riesgo.
Esta baja percepción de riesgo, aunada al desconocimiento de los síntomas, hacen también que una gran cantidad de personas ignore que padece diabetes o hipertensión.
Se estima que, por cada persona diagnosticada, existe otra que posee la misma enfermedad, pero aún no lo sabe.
Esto resulta de gran importancia para la salud pública, porque, el hecho de que la persona desconozca su diagnóstico, no significa que su salud no esté en riesgo y que, al adquirir una nueva morbilidad grave, como el COVID-19, su vida no corra peligro.
Ante la actual pandemia, todas las enfermedades crónicas deben preocuparnos -y ocuparnos- activamente a la población adulta, pero particularmente, deben interesarnos las personas que padecen diabetes o hipertensión en el estado, no sólo por el agravamiento de las enfermedades cuando hay interacción con COVID-19, sino por el grueso poblacional que representan.
Sonora se encuentra entre los primeros lugares en la prevalencia de estas enfermedades.
Según los resultados de la última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018, mientras que el promedio nacional de diabetes es de 10.3, en Sonora padecen diabetes el 11.2% de la población adulta mayor de 20 años. De la misma forma, cuando el promedio nacional es de 18.4, en el estado hay un 24.6% de la población adulta que padece hipertensión, es decir, una cuarta parte de los adultos, se sitúa como población en riesgo por hipertensión.
Además de estas dos enfermedades crónicas, una alta proporción de adultos poseen obesidad (22.2%), lo cual se vincula a diversos hábitos alimentarios que comprometen severamente la salud frente a un potencial diagnóstico de COVID-19, entre ellos, el consumo de alcohol y de tabaco.
El consumir tabaco -ya sea a través de cigarrillo convencional o a través de vapeadores-, se estima que ocurre en un 13.9% de la población adulta sonorense.
Con estos padecimientos, es fácil estimar que, al menos 460 mil personas adultas en el estado, están en riesgo de complicaciones severas en caso de adquirir COVID-19, tan sólo por poseer un diagnóstico previo de diabetes y/o hipertensión, por lo que se requiere la implementación de medidas de seguridad y protección para ellas.
El gobierno estatal ha atinado en atender la Jornada Nacional de Sana Distancia, con los ajustes de seguridad propios en la entidad, pero dicha medida tiene que ir acompañada de acciones institucionales -gubernamentales y no gubernamentales- que favorezcan la atención sostenida y el monitoreo de enfermedades crónicas entre los adultos.
Adicional, las mismas personas diagnosticadas son las que deben procurar servicios de atención y control de sus enfermedades de manera creativa en medio del confinamiento: Hacer uso telefónico de sus servicios de salud, adherirse a sus tratamientos, monitorear sus niveles de glucosa y de tensión arterial y, finalmente, esforzarse en mantener un sistema inmune fortalecido vía la dieta y la activación física.
Ésta última supone todo un reto cuando se vive en espacios reducidos, pero no es imposible, ni poco importante cuando ya se tiene un diagnóstico de este tipo.
Hacer cambios en la dieta y en la forma de activarnos físicamente, tal como se establece en múltiples guías y recomendaciones clínicas, así como reducir poblacionalmente el consumo de tabaco y alcohol, es una tarea prioritaria que deben quedarse ya entre nosotros, más allá del período de confinamiento por COVID-19.
Las metas poblacionales urgentes son: aumentar el consumo de frutas y verduras, activarnos durante al menos 30 minutos diarios y reducir el consumo de sal, azúcar, carne, grasas saturadas y grasas trans, fabricadas a nivel industrial.
Las metas personales las debe definir cada paciente, en función de sus condiciones de vida y las expectativas del tiempo y la calidad con la que todavía desee vivir.
Así que los invito a que la palabra autocuidado sea también otra de las palabras que aprendamos a incorporar en nuestro vocabulario. COVID-19 es una buena motivación externa para hacerlo.
Dra. en Ciencias en Epidemiología, por el Instituto Nacional de Salud Pública. Egresada de la Maestría en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora.