Los Black Blocs: ¿anarquistas o infiltrados?
"Los Black Blocs: ¿anarquistas o infiltrados?", escribe Irene Selser en #Entrevías
Me encontraba en Génova, en julio de 2001, cuando cubrí para el diario mexicano Milenio las protestas masivas del movimiento antiglobalización contra la cumbre del Grupo de los 8 (G8), que tuvieron lugar en las principales calles de esa ciudad portuaria del 19 al 22.
Las marchas habían sido pacíficas, reuniendo a 200 mil asistentes de Italia y de otras partes del mundo, hasta que la provocación de un grupo de encapuchados vestidos de negro, armados con fierros y cadenas, desató una violencia policial feroz. Esta -que, por lo visto, ya estaba preparada- incluyó gases lacrimógenos lanzados desde tierra y desde el aire, mediante helicópteros y globos con gas pimienta que nos irritaron los ojos y la piel durante días.
El momento más trágico ocurrió el 20 de julio, cuando el activista italiano de 23 años, Carlo Giuliani, fue asesinado de un disparo en la Piazza Alimonda por un carabinero.
Nunca había visto a un “black bloc”, aunque volví a encontrarme con unos -en realidad unas- en una marcha feminista por el 8 de Marzo en la Ciudad de México, no hace muchos años. La misma irrupción sorpresiva e iracunda, la misma estética y el mismo afán: causar destrozos vandalizando el espacio público para justificar la represión, y generar el rechazo de la población contra las marchistas y sus causas legítimas.
Aquel 8 de Marzo, cuando las mujeres del contingente -unas 250 mil- estábamos a punto de llegar al Palacio de Bellas Artes, recordé, en medio de las “chicas de negro” que rompieron vidrios e intentaron agredir a las policías que estaban desarmadas, lo ocurrido en Génova durante el G8, que reunió a sus entonces líderes: George W. Bush, Tony Blair, Jacques Chirac, Gerhard Schröder, Silvio Berlusconi, Jean Chrétien, Junichiro Koizumi y el eterno Vladímir Putin. Faltaban dos meses para los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, que cambiarían profundamente el paradigma mundial, reconfigurando la política internacional, la seguridad, la economía y hasta la cultura global -como ahora Donald Trump-. Pero, hasta el 11-S, lo más grave eran básicamente los problemas económicos derivados de la globalización; de ahí el interés de corporaciones y Estados en poner freno a las protestas encabezadas por una constelación de ONG, sindicatos, redes ambientalistas, grupos campesinos, colectivos estudiantiles y movimientos sociales de decenas de países, entre ellos Francia, Italia, Brasil, Argentina, Canadá y México, donde la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) el 1 de enero de 1994 supuso un primer gran cuestionamiento al neoliberalismo, al coincidir simbólicamente con la entrada en vigor del Tlcan.
Tanto la represión en Génova -que incluyó a cientos de heridos y detenidos- como el 11-S marcaron un antes y un después para el movimiento antineoliberal surgido en el Foro Social Mundial de Seattle bajo el lema unificador de “Otro mundo es posible” (Another World is Possible), retomado más tarde por el papa Francisco y, recientemente, por el papa León XIV.
No hay evidencia que demuestre que los Black Blocs (bloques negros) “son pagados” por el gobierno del país donde actúan. Pero sí se habla de infiltración policial en movimientos autónomos, como se documentó en Alemania, en Francia y también en Chile, cuando videos mostraron agentes infiltrados actuando como encapuchados en el estallido social de 2019, de donde emergió como líder estudiantil Gabriel Boric, hoy presidente saliente del país.
El origen de los Black Blocs se remonta a principios de 1980 en Alemania Occidental (RFA). Se desarrollaron dentro del movimiento autonomista alemán (Autonomen), donde convergían un conjunto de colectivos de izquierda radical -activistas antinucleares y anti-OTAN, feministas y el movimiento pro-viviendas-.
En América Latina, Brasil aparece como el país con el movimiento de Black Bloc más numeroso, en especial en São Paulo y Río de Janeiro, desde las protestas masivas contra el aumento del transporte bajo la presidencia de la izquierdista Dilma Rousseff.
En el caso de Brasil, se discutió mucho en la prensa si las escenas registradas en Río de Janeiro en octubre de 2013 -a cargo de unos pocos jóvenes enmascarados y vestidos de negro que destrozaron e incendiaron parte del centro financiero-, correspondían a la intención de los más de 10 mil maestros, sindicalistas y estudiantes que convocaron a una “marcha digna y pacífica”, desesperados, como dijeron estar, ante el alto costo de la vida y el gasto ingente del gobierno de cara al Mundial de Futbol 2014, o si las fuerzas de seguridad fueron quienes alentaron los disturbios para justificar la represión. Ese es el enigma.

