La candidata presidencial

Claudia Sheinbaum ganó el gobierno de la Ciudad de México porque era inevitable.

La ola morena que provocó Andrés Manuel López Obrador y su cruzada contra la corrupción y todo el pasado, habría llevado a la gubernatura a cualquier persona, como parte de un fenómeno que se apreció en Cuernavaca, donde aquél 1 de julio ganó Morena la alcaldía sin haber presentado candidato alguno.

Sin embargo, Claudia Sheinbaum no era cualquier candidata.

Desde la campaña para la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, las instrucciones de López Obrador, candidato a la Presidencia, habían sido muy precisas: hay que cuidarla y eliminar cualquier obstáculo que pusiera en riesgo su victoria.

López Obrador encargó a su hijo Andrés, su principal operador político, para que se hiciera cargo de la campaña, y la doctora Sheinbaum no hacía nada que no autorizara el influyente vástago.

Una vez en el gobierno capitalino, siguió haciendo lo mismo.

El director de Pemex le dio la gasolina necesaria para evitar una mayor crisis de desabasto en enero, y el Ejército entregó a la ecología, como ella deseaba, no al sector inmobiliario, su enorme predio en la salida a Toluca.

Si el presidente López Obrador rendía cuentas públicas, ella también lo haría. Si la narrativa central era contra la corrupción, ella lo replicaría.

Si él tenía juntas diarias con su gabinete de seguridad, lo mismo haría.

Si había que rendir un informe a los 100 días de gobierno, ella no se quedaría atrás.

Así fue el domingo, donde replicó en forma y fondo el primer tercio de gobierno presidencial, y utilizó los mismos recursos retóricos en el tema de mayor sensibilidad para el electorado, la seguridad.

Vamos avanzando y reduciendo la inseguridad, pero estamos insatisfechas, dijo Sheinbaum, en eco de las palabras de López Obrador.

La forma mimetizada como se ha comportado Sheinbaum le ha provocado críticas en la prensa donde la han señalado de ser un “clon” de López Obrador, o una “regenta” que sólo administra un gobierno local.

Su imitación de las formas y acciones del presidente ha servido para desautorizarla y hacerla ver como una política cuya existencia y fuerza dependen del respaldo presidencial.

Analizarla de esa manera puede conducir a un error monumental.

Lo que estamos viendo es la construcción de una candidata presidencial para 2024, como parte de un proyecto de largo aliento.

Nunca hay que olvidar que López Obrador tiene una visión electoral estratégica, de la cual dio muestra cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México.

Mientras declaraba que “nadaba de muertito” y descartaba la candidatura presidencial, colocaba las bases para ella a través de sus conferencias mañaneras donde gradualmente fue modificando la temática y su alcance, hasta convertirse en la caja contestataria del gobierno de Vicente Fox.

Sheinbaum no puede hacer eso, por definición, y tampoco tiene el empaque o carisma de López Obrador.

Pero lo tiene detrás.

La jefa de gobierno es una de las personas que pertenecen al ámbito familiar del presidente, y que se encuentra en el centro de su proyecto transexenal.

Lo que hizo con su propia candidatura en 2006, lo está haciendo con Sheinbaum, con los ajustes necesarios ante la personalidad de la jefa de gobierno, su poca empatía popular, y sobre todo, que a diferencia de aquellos años, hoy son el partido en el poder.

Con López Obrador tampoco hay obviedades.

En esto se cae al ver a Sheinbaum como el “clon” del presidente, o la “regenta”.

Las jugadas político-electorales de López Obrador, no son secretas, pero las baña tanta luz que muchas veces no se ven.

Si se acepta para efectos de argumentación que Sheinbaum no tiene los atributos ni virtudes de arrastre de masas de López Obrador, que su vida pública ha sido más parte de la nomenclatura de partido que de las calles y las carreteras, de las secciones y los municipios, y que carece de las habilidades políticas y retóricas del presidente, lo que para la República de las Opiniones es una estigmatización, para el proyecto transexenal, esta misma apreciación subjetiva comprueba que el camino escogido es el correcto.

Hacer de Sheinbaum una copia fiel de López Obrador, es ir sembrando en el imaginario del electorado que cuando termine el mandato constitucional del presidente, la persona que mejor lo representará y seguirá el proyecto es la actual jefa de gobierno.

Si López Obrador logra colocar las bases de su cuarta transformación y elude una crisis económica que repercuta en lo político y social, su reelección será a través de Sheinbaum, que dará continuidad al proyecto de nación que tiene en mente.

Es la misma racional del presidente Miguel de la Madrid cuando se inclinó por Carlos Salinas sobre Manuel Bartlett para sucederlo.

No necesitaba un político en su visión de país, sino quien consolidara el modelo económico neoliberal que inició en 1985.

Es igual a la idea de Salinas cuando escogió a Luis Donaldo Colosio como su sucesor, a quien necesitaba para que hiciera la apertura política, porque sólo había podido profundizar la apertura económica.

La diferencia con ellos es que la continuidad se dio desde la cima; con López Obrador, la apuesta es que le traslade su arrastre popular, que le permita ganar la elección presidencial en 2024.

Este escenario puede cambiar, por supuesto, porque el factor humano, que cruza estas variables, siempre es volátil.

Pero si López Obrador mantiene el rumbo que lleva dentro de márgenes de estabilidad, Sheinbaum, se podrá convertir en la primera presidenta de México.

Para lópezobradoristas y para opositores, ella es la figura a derrotar en los años venideros.

No se equivoquen.

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