El miedo a las palabras
El miedo a las palabras, escribe Raymundo Riva Palacio en #EstrictamentePersonal
La comunicación política está fundamentada en cómo se dicen las cosas para que tenga un impacto negativo menor. Durante mucho tiempo, por ejemplo, la palabra “devaluación” provocó reacciones entre los mexicanos que convirtieron los ajustes en el tipo de cambio en crisis. Eso pasó en “el error de diciembre” en 1994, cuando el gobierno de Ernesto Zedillo depreció 15% el peso frente al dólar, pero por la forma en como se explicó, causó pánico y el tipo de cambio se disparó de 3.4 pesos por dólar, a 7.20. Como decía Pedro Aspe, secretario de Hacienda del presidente Carlos Salinas, en México, las devaluaciones son sicológicas. Este jueves vimos lo contrario. Hay que tener miedo a las palabras para no atemorizar.
Eso pasó ayer, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo un balance del estado del coronavirus. Empezó a preparar a la opinión pública desde el viernes pasado, al insinuar que pediría una cadena nacional para el lunes, para hablar de la pandemia. Ese día se esperaba el anuncio de la Fase 3 pero no dijo nada de ello. En cambio, volvió a anunciar que el balance prometido sería dado el jueves. Ayer, le dejó el micrófono al subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell.
Lo que hizo el subsecretario fue un ejercicio de saturación de información con láminas de Power Point ininteligibles para la mayoría, que sin embargo pareció quedar satisfecha con su exposición. La forma era lo más importante, en términos de comunicación política, no la sustancia. López-Gatell, comunicador articulado y estructurado, ha ido construyendo una gran confianza con la ciudadanía, cuya mayoría lo tiene el alta estima. En esta ocasión dio un salto cualitativo para fortalecer la imagen de credibilidad y, al mismo tiempo, tener una puerta de salida en caso de que las cosas que dijo, salgan mal. Todos los modelos matemáticos que utilizó para explicar el comportamiento de la pandemia, dijo, fueron realizados por diferentes grupos de científicos de universidades privadas, y el gobierno aceptó sus recomendaciones.
López-Gatell hizo piruetas con la retórica para decir lo que formalmente no dijo. La más notable, declarar extraoficialmente que una parte del país, que concentra a cuando menos 35 millones de personas y genera la mayor riqueza nacional, ubicada en las grandes zonas metropolitanas de la nación, ya se encuentra en la Fase 3, pero precisar de manera oficial que como no es algo que se viva en todo el territorio, se mantenía la Fase 2. Si a esto se le añade que en 934 municipios –de un total de dos mil 458 y 16 alcaldías- no hay contagios de coronavirus, bien podría nunca decretarse la Fase 3. Pero si llegara a declarar, como en las regiones que sostienen política y económicamente al país informalmente ya está instalada, al reconocerse podría decir que, como lo dijo ayer sobre la Fase 2, ya habían adelantado las medidas para cuando (oficialmente) llegara.
“La epidemia no es una sola”, dijo el subsecretario en una de esas frases que ganan titulares en los medios. Pero para efectos de la exposición, fue totalmente acertada para explicar nuevas medidas que van a aplicar. La primera es la regionalización de la intensidad de las medidas. Con un número de municipios tan importante libre de contagio, y con poco más de mil que los rodean de mínima transmisión del virus, anticipó que podrían aplicar la estrategia de la contención, propio de la Fase 1, para detectar los casos sospechosos y ponerlos en aislamiento junto con las personas con las que tuvieron contacto, para evitar la propagación del coronavirus.
Si la mitad del país se mantiene en la Fase 1 a lo largo de todo lo que dure la pandemia y se hacen analogías genéricas con otros países, como lo ha venido haciendo el gobierno, pueden tejer una narrativa de victoria con verdades a medias, y mantener la emergencia sanitaria –sin importar lo que pueda suceder en otras regiones del país-, como enfatizó López-Gatell.
Una comparación que ayuda a ver lo que están haciendo es Japón, cuyo primer ministro Shinzo Abe extendió este jueves la declaratoria de emergencia nacional pese a que su país tiene menos fallecimientos que México. Haber regionalizado la estrategias, específicamente a la zona metropolitana de Tokio y Osaka, no funcionó y resurgió el virus, porque la gente viajó a regiones vecinas. Esto podría suceder en México con la misma estrategia fallida de Japón, pero la forma como lo planteó López-Gatell es que no sucederá.
Para tratar de evitarlo, además de la reiteración vehemente del confinamiento voluntario, está la otra nueva recomendación, segmentar la movilidad en el territorio nacional, para que quienes vivan en los municipios de nula o baja transmisión, no salgan de ahí, y los que residan en las zonas de alta transmisión, no se trasladen a los de pocos contagios. Esto significa sellar a las comunidades, y obligar con sanciones a que respeten la cuarentena, como sucede en Sonora. El gobierno federal no quiere llegar a medidas de coerción para obligar la cuarentena. Es mejor que el costo político se lo lleven los estados.
El subsecretario cuidó las palabras, teniéndoles el miedo suficiente para evitar que pronunciarlas causara miedo. Su lenguaje fue asertivo, apoyándose siempre, como forma dual de legitimidad y deslinde, en que las recomendaciones fueron hechas por diversos grupos de científicos de instituciones públicas. Sobre sus proyecciones y modelos matemáticos, explicó López-Gatell, se están tomando las decisiones. Es decir, si las cosas salen mal, los asesores externos serán los fusibles quemados. Si las cosas salen bien, la victoria será del gobierno. ¿Está mal? En absoluto. La comunicación política es impecable en este caso. Ojalá, por la salud de los mexicanos, que los modelos y su interpretación también sean los correctos.