La profundidad de la crisis
La profundidad de la crisis, escribe @MarcoPazPellat en #ElPoderDeLasIdeas.
México ha llegado a cifras impensables en el marco de la pandemia: más de 100 mil muertes por Covid-19, más de un millón de casos confirmados.
En Argentina, con igual número de contagiados, la cifra de muertes llega a la tercera parte.
Lo anterior habla de un problema que está fuera de control debido a una combinación de factores: una estrategia gubernamental errática, sumada a una sociedad harta del encierro que ha salido desordenada y masivamente al espacio público sin respeto a los protocolos (desde antier se han venido documentando 10 mil contagios diarios).
La gente le está perdiendo el miedo al Covid-19: una reciente encuesta del periódico Reforma revela que 54% de los mexicanos “ya se acostumbró” a la situación.
La irresponsabilidad social va de la mano de los yerros gubernamentales para crear una “tormenta perfecta” que seguirá provocando un enorme caudal de muertes y sufrimiento.
El impacto económico seguirá siendo severo.
Faltó, verdaderamente, una perspectiva social de la crisis, ir más allá de la rigidez de las grandes estadísticas macro, para tomarle el pulso a lo que estaba sucediendo en la base de la pirámide del sistema productivo, conformada por micro, pequeños y medianos negocios los cuales, de acuerdo con el Inegi, representan poco más de 99% de los establecimientos del país y emplean a más de 69% del personal ocupado.
Decenas de miles tuvieron que cerrar sus puertas de manera definitiva.
Muchos más habrán de bajar la cortina en los próximos meses ante la imposibilidad de lidiar con los costos fijos como renta y nómina, el pago de impuestos y las restricciones impuestas a la actividad económica.
Un Gobierno que se autonombra de izquierda dejó a estos negocios, muchos de ellos anclados a la economía popular, sin apoyos para subsistir.
La carga de frustración y resentimiento social que esto habrá de generar es enorme y fluirá a la superficie más pronto que tarde.
Gonzalo Hernández Licona, director de la Red de Pobreza Multidimensional Oxford, señala que en abril habíamos perdido 12 millones de empleos, la gran mayoría informales.
Para septiembre ya se habían recuperado 8.4 millones, una buena parte de ellos, sin embargo, con salarios inferiores a la etapa previa a la pandemia y sin acceso a seguridad social.
Como consecuencia de ello, la pobreza laboral creció de 35.7 a 44.5% entre los trimestres primero y tercero de 2020, lo que significó un incremento de 11.2 millones de personas (las cuales no pueden comprar una canasta alimentaria con el ingreso de su trabajo).
Súbitamente se cortaron los cables del elevador social y, como dicen algunos analistas, en México “el origen seguirá secuestrando al destino”, lo que significa que la pobreza seguirá manteniendo un alto grado de transmisión intergeneracional.
Estamos viendo el rostro más severo de una crisis cuya profundidad era difícilmente pronosticable, pero también de la decisión del Gobierno federal de desoír las voces que llamaban a implementar medidas contracíclicas para aliviar la situación del sector productivo y garantizar un ingreso básico a los trabajadores que se han visto afectados por el cierre de sus fuentes de trabajo.
Otro perdedor son las mujeres que han vivido un contexto de exclusión y violencia sin precedentes en medio de esta emergencia.
De acuerdo con datos del Inegi, el desempleo femenino se duplicó y la pandemia significará un retroceso de 30 años en lo que respecta a su presencia en el campo laboral.
Las clases medias que, simplemente, no existen en la narrativa de la 4T y de su espectro de políticas públicas, han sufrido mucho los efectos de la crisis.
Jorge Suárez Vélez, analista financiero, afirma que más de 10 millones de mexicanos pertenecientes a este segmento engrosarán las filas de la pobreza.
Mientras todo esto sucede, la más reciente encuesta de Buendía & Laredo registra un nivel de aprobación de 64% para el presidente López Obrador, lo cual parece un contrasentido, un ejemplo de nuestra incapacidad crónica para procesar la realidad y evaluar a nuestros gobernantes con base en su desempeño efectivo y no con base en sus capacidades retóricas.
Gobernar no es obtener más de 60 o 70% de aprobación en las encuestas.
Gobernar es abordar y solucionar lo público con eficacia, algo que esta administración no está logrando.