Ya chole con el trauma

A la respetada senadora por Morena Ifigenia Martínez no solo le hizo reír lo de que España y el Vaticano se disculpen por la conquista.

“Me pusieron de buen humor”, dijo.

“Ya nosotros superamos esa etapa, y a mucho orgullo”.

Y preguntó:

“¿Dónde estaba el Presidente hace 500 años…?”.

Orgulloso también de ser mestizo, jamás he considerado tener que “superar” ese ya muy viejo trauma porque me es ajeno, ya que como el resto de los mexicanos yo no fui conquistado.

Somos descendientes de mujeres indígenas violadas (imagino que algunas o muchas seducidas) y gandallas aventureros españoles.

Es ilógico siquiera sugerir, no se diga exigir, que el rey se disculpe por lo que hicieron sus remotos paisanos cuando ni España ni México existían: aquella empezaba a gestarse como reino de Castilla y Aragón, y América era poblada por decenas de naciones avasalladas por las mejor armadas y más abusivas.

Tan ilustrado como suelen ser los jesuitas, el Papa bien puede revirarle a López Obrador que sea él quien se disculpe por la simpleza de su reducción de la conquista impuesta “con la espada y con la cruz”, ya que fueron sacerdotes quienes alertaron y trabajaron contra el maltrato a los vencidos y ¡por fortuna!, impusieron una religión (opio de los pueblos, todas: Marx dixit) que cambió la piedra de los sacrificios por el sacrificio de la Misa (para nada atroz).

Celebro que los mexicanos tengamos mucho más de lo mejor que de lo peor de conquistados y conquistadores: baño diario, tortillas, tejidos, arte plumario, diversidad de lenguas, vestigios de arquitectura, pintura y escultura indígenas, mezclados con el idioma, el pan de trigo, el carácter, la temeridad, el arrojo y el legado monumental, pictórico y escultural de quienes, a su modo y con los parámetros de su época, fueron los “emprendedores” del renacimiento que hicieron posible una de las mejores cocinas del mundo (mole poblano, chalupas, chiles en nogada, cochinita pibil…) y una literatura universal.

Es absolutamente falso que subsista en algún lugar de la Tierra “pueblos originarios” porque nuestros ancestros llegaron de lugares tan distantes como los del origen de la especie humana: África o, en milenios más recientes, Asia.

Aunque no entiendo, me gusta oír hablar en náhuatl, mixteco, zapoteco y maya (me sé varias expresiones, palabras y significados) pero mi nombre, mis apellidos y mi lengua no son prehispánicos.

Conozco más de lo que quisiera la “cosmogonía” de unas cuantas etnias, incluida la mal llamada “azteca” (concepto colonial), en realidad tenochca o mexica, pero ningún impulso atávico experimento para treparme en una ruina y esperar energizarme con el equinoccio de primavera.

“Yo soy mexicano/ y a orgullo lo tengo”, a sabiendas de que México nació en las convulsiones del Siglo XIX y Jacques Lafaye (FCE, 1976) me convenció de que la nación mexicana es la fusión del aborigen Quetzalcóatl y la extremeña Guadalupe.

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