Intervencionismo de México en EU

Intervencionismo de México en EU, escribe Carlos Marín en #ElAsaltoALaRazón.

El aferramiento a un juarismo con frecuencia elástico (“El respeto al derecho ajeno es la paz”), pareciera explicar la reticencia del presidente López Obrador para felicitar a Joe Biden pero, lejos responder al principio de no intervención, delata una omisión intervencionista en los asuntos internos de Estados Unidos por su afinidad con las voces que ponen en duda el proceso electoral en ese país.

AMLO acierta en no expresar su “reconocimiento”, ya que México, por la Doctrina Estrada, ni “reconoce” ni “desconoce” a gobiernos.

Sin embargo, desperdició la oportunidad de figurar entre los primeros en saludar la irreversible victoria del candidato demócrata como, por cierto, sugirió la embajadora mexicana en Washington (según cundió entre irreprochables diplomáticos de carrera).

Con el pertinente mensaje del premier de Canadá, Justin Trudeau, suman hoy más de 170 los líderes del mundo (entre 194 países) que han hecho lo mismo.

Los gobernantes de Asia, Europa, Medio Oriente, África, Oceanía y América no cuestionan la victoria de Biden, por lo que resaltan las resistencias de China, Rusia, Turquía y Eslovenia (cuna de Melania, la esposa de Trump), cuyo primer ministro esgrime la babosada de que “los tribunales no han siquiera empezado a dirimir al respecto”.

António Guterres, secretario general de Naciones Unidas; Tedros Adhanom, de la Organización Mundial de la Salud; Ursula von der Leyen, de la Comisión Europea; Jens Stoltenberg, del Tratado del Atlántico Norte, y Charles Michel, del Consejo Europeo, expresaron también sus parabienes.

De Latinoamérica, en la bochornosa negativa sobresalen únicamente el fascistoide Jair Bolsonaro, de Brasil (admirador de Trump), y López Obrador, mientras que hasta el tiranuelo Nicolás Maduro, de Venezuela, tuiteó:

“Felicito por su victoria al presidente electo Joe Biden y a la vicepresidenta Kamala Harris…”.

Yerra el Presidente cuando arguye:

“Yo no puedo decir ‘felicito’ a un candidato o a otro porque quiero esperar a que termine el proceso electoral; que legalmente se resuelva el asunto de la elección…”.

Se equivoca porque, a diferencia de México, en Estados Unidos no existe una autoridad federal electoral ni tribunales electorales: cada estado tiene su propia ley sobre comicios.

Todas las demandas trumpianas se han desechado por falta de sustento; ninguna tiene posibilidades de prosperar ni de afectar un número de votos susceptible de modificar los resultados estatales.

Más aún, la transición ya empezó: autónoma por ley, la Administradora de Servicios Generales del gobierno federal acepta que hay un ganador virtual, o sea Biden.

Se tienen listas las oficinas para su equipo de trabajo en el Departamento de Comercio y una partida presupuestal de 6.3 millones de dólares.

Negarse a la felicitación, pues, refleja una estrecha interpretación de los principios que nada contribuye a un buen inicio de relación con el desairado pero ya muy poderoso Joe.