Combustible al mal humor
Combustible al mal humor, escribe Carlos Marín en #ElAsaltoALaRazón
Si molesto se ve al presidente López Obrador desde “¡Al carajo!” sobre su ausencia en el sitio donde colapsó el Metro, lo publicado por The Economist anticipa que andará de peor humor y azuzará más contra los medios “neoliberales” que niegan aquello de que “vamos bien” (ayer llamó “sensacionalistas” y “amarillistas” a los que registran la matazón de políticos y candidatos).
Del populismo, él asumía el señalamiento desde su campaña diciendo que, si por estar contra la corrupción y tener a los pobres en el centro de su atención “me dicen populista, que me apunten en la lista”.
El problema con el prestigioso semanario (que se ocupa del mundo a partir de una concepción claramente capitalista y se ha definido como producto del pensamiento de Adam Smith y David Hume), no es tanto el trillado apelativo ni la irónica extrapolación iluminista, sino que se le diga “falso”, pues está convencido (no ha tenido empacho en decirlo) de que su lugar en la historia es al lado de los más emblemáticos próceres de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Otro ingrediente de The Economist para su enfado es el llamado a los votantes para que el 6 de junio frenen al “hambriento de poder” que “persigue políticas ruinosas por medios indebidos”.
Y un tercer motivo de contrariedad, pero ésta colectiva, es la sugerencia de que “Estados Unidos debe prestar atención. A Donald Trump no le importaba la democracia mexicana. El presidente Joe Biden debería dejar en claro que sí. Debe tener tacto: los mexicanos son comprensiblemente alérgicos a que su gran vecino los empuje.
Pero Estados Unidos no debería hacerse de la vista gorda ante el autoritarismo progresivo en su patio trasero. Además de enviar vacunas, incondicionalmente, Biden debería enviar advertencias
silenciosas…” (peor pensaba Karl Marx, quien en cartas y fragmentos de sus obras destilaba muy mala onda con los judíos -pese a provenir de una familia judía-, los afroamericanos y los mexicanos.
Celebró el despojo de California y creía que toda Latinoamérica estaría mejor en manos de EU). El semanario concede que López Obrador “habla en voz alta y, a menudo, en nombre de los que no tienen dinero y no es personalmente corrupto”, pero a punto y seguido sorraja: “Sin embargo, es un peligro para la democracia mexicana”.
Si bien la crítica de su gestión se antoja correcta, la Cancillería envió a The Economist una explicable carta en que dice no sorprenderle la opinión o posición ideológica del medio, sino “su virulencia”. Le hace notar que no tomó en cuenta que, al tiempo de “reenfocar el gasto hacia los más pobres”, se ha mantenido “la disciplina fiscal y unas finanzas públicas sanas”; que se lograron “incrementos históricos” al salario mínimo, que se ha mantenido “a raya” la inflación y construido en poco tiempo “una relación de respeto y colaboración con la administración del presidente Joseph R. Biden”.
Dudo que así de diplomática sea la reacción del Presidente, quien anda en estos días mal y de malas…