¿Qué le pasa al Presidente?

Mientras los vecinos del norte rompen récords en empleo, crecimiento e índices bursátiles, en México seguimos empeñados en promover la división y el antagonismo entre los actores que protagonizan esta gran telenovela nacional.

El Presidente vivió una de sus peores semanas cuando todavía no cumple un año en el poder y cuando aún mantiene una considerable aprobación del electorado.

Tiene además el control del poder legislativo, alta influencia en el poder judicial y una presencia política en gubernaturas y alcaldías que seguramente jamás soñó.

¿Qué necesidad entonces de agredir a los periodistas que hicieron posible transmitir su mensaje y con ello facilitar su camino al poder?

Sí es cierto, ha habido muchos medios críticos de AMLO, pero no recordamos ninguno importante que lo haya ignorado o minimizado.

Lo que resiste apoya, dice el viejo refrán lo que el tabasqueño no alcanza a comprender y de paso agradecer.

¿Qué necesidad además de poner en tela de duda a las fuerzas armadas al declarar que no sería posible en estos momentos un golpe de estado?

López Obrador argumenta que por el apoyo del pueblo no es factible su derrocamiento, pero en ningún momento reconoce la lealtad y el notorio respaldo que ha recibido del Ejército a pesar de que lo ninguneó y humilló en varias ocasiones.

¿Qué necesidad —otra vez— de dar paso en la conferencia mañanera a una acusación inquisitiva en contra de ex funcionarios, líderes de oposición y de un hijo del ex presidente Felipe Calderón por una supuesta intervención en campañas de redes sociales contra la 4T?

Se trató de un señalamiento irresponsable e innecesario porque se utilizó todo el poder de la Presidencia para enlodar a personas que no tendrán forma de defenderse del feroz ataque público.

López Obrador debió primero pedir una investigación a las instancias legales para posteriormente actuar en consecuencia.

Pero acusar desde la más alta tribuna del país sin tomar en cuenta la presunción de inocencia es un acto por demás autoritario.

AMLO ha tomado en los últimos días un extraño papel de víctima, tal como si existiera una conspiración en su contra del más alto nivel.

Contundente, la analista Denise Dresser escribió ayer que “López Obrador ha resultado ser un Presidente perturbado. Demasiado suspicaz, frecuentemente histriónico, presa de una peculiar paranoia que Elías Canetti describía como enfermedad del poder”.

Efectivamente ese parece ser su estado anímico que se acrecienta cuando se registran fracasos estrepitosos como el operativo de Culiacán o la caída cada vez más notoria de la economía mexicana.

Tenemos la sospecha de que el ansia de poder y a su vez su paranoia se dispararon cuando López Obrador se mudó con su familia a Palacio Nacional el pasado mes de julio.

De su modesto departamento en el sur de la Ciudad de México y de mantener un diario contacto con sus habitantes, hoy el primer mandatario pasa días enteros encerrado entre las paredes del histórico inmueble colonial.

Debe sentir una sensación de superioridad y autoridad al levantarse cada mañana y darse cuenta que vive en un majestuoso palacio que centraliza el poder en México.

Al mismo tiempo deben correr sentimientos de inseguridad y persecución porque de otra manera no se explica porque AMLO decidió vivir ahí y no en un condominio o casona antigua que abundan en el centro de la capital del país.

A estas alturas el Presidente tiene que estar consciente que su papel es guiar a los mexicanos hacia la unidad, buscar en la diversidad acuerdos y consensos más no enfrentamientos que han desgastado severamente al gobierno y a la sociedad.

Abrirse y atender las críticas, en lugar de golpear al mensajero.

Hacer cambios en su equipo y en su programa cuantas veces sea demandado por la sociedad.

Dejar que cada dependencia e instancia de poder hagan su trabajo, no querer ser el protagonista y el rey todopoderoso.

Obvia decir que no será nada fácil que AMLO cambie su actitud, pero tiene que intentarlo.

Podría empezar con reducir las mañaneras —que ya parecen mítines políticos— a una por semana para aminorar las tensiones que provocan día a día sus pronunciamientos.

En suma, el papel de un presidente es gobernar para todos, unir esfuerzos, dirimir diferencias y aceptar los errores.

Si López Obrador no entiende su papel el malestar de la sociedad irá in crescendo hasta terminar irremediablemente en su renuncia por el desencanto social o a través de la revocación de mandato en su cuarto año de gobierno.

¿Queremos llegar a tales extremos?

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