Que suenen todas las campanas

La autora es escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos, cuentos personalizados

Campanadas, aquellas que en la infancia tratábamos de contar junto con los susurros del viento. Que indicaban algo importante o que despertaban a todos con su ensordecedor golpe del badajo. Aquellas que al mundo entero hacían vibrar.

Siento que cada vez se escuchan menos. Mi amiga, un día casi sintió que su campana había dejado de sonar.

Me contaba con una sonrisa prudente, su experiencia. Yo veía algo más, veía en ella la mirada que nace después de una sacudida. Si tuviera nombre pudiera ser “Gratitud”.

Cuando le avisaron que padecía cáncer, su mundo se quedó así, sin sonído, sin badajo. Jamás lo sospechó, su primera batalla sucedió en su mente "No tengo tiempo, no tengo tiempo,debo estar aquí por mis hijos, por mi esposo".

No aceptaba ni concebía que sus próximos días los pasaría postrada como trapo a causa del tratamiento. Sentía rechazo, enojo con el impertinente mal. Impotencia al imaginar ver jugar a sus hijos mientras ella tendría que pelear. No era su momento, no era su plan. Su vida no había sido color de rosa ¿Otra batalla más? la aquejaba un ¿quién los cuidará?

Su mente se llenó de miedos y mortificaciones ¿Era aceptable culpar? sus súplicas eran al tiempo, no a Dios, pero en el camino, con amor y humildad en su batalla.

En el trato con pacientes como ella, pero quizá con otro andar, unió todas sus fuerzas que sólo las da el amor y, reconoció, que él, Dios, es todo eso: la fuerza necesaria, imprescindible. Hizo las paces, le abrió de nuevo su alma y entonces, su lucha poco a poco se volvió tenue y su mano ya no soltó.

Me enterneció su historia, su empatía por amistades que no llevaban su misma suerte. Entendí que aún cuando el de arriba ejerce nuestros planes y se haga su voluntad, el sol sigue saliendo cada día si uno lo busca, si uno muestra la luz a los demás.

Mientras la escuché, sus ojos brillaban con luces de paz y aceptación. El día en que el impertinente mal cediera, ella debía tocar una campana. Y llegó, agradecida, ese día, la alzó alto, la agitó con toda la fuerza y convicción de una victoria, para que esa dicha llegará a los oídos de toda su gente de apoyo.

¡Que suenen todas las campanas!