Palabras: espada de doble filo
El autor es Comunicólogo, creador de Contenido Independiente.
En la vida hay cosas que por más que lo intentemos no podremos hacerlas volver, la infancia, los seres queridos que ya no están con nosotros, el tiempo mismo, y por supuesto, las palabras, pues una vez que han salido de nuestra boca ya no hay marcha atrás.
Lo creas o no, cada uno de nosotros cuenta con el arma más poderosa que pudiéramos imaginar, capaz de edificar e inspirar a otros, sin embargo, al mismo tiempo y a voluntad nuestra, también tiene la habilidad de destruir, debilitar y humillar.
Existen experimentos realizados con plantas que me parecen muy interesantes; en estos, uno de los objetos a analizar fue expuesto por semanas a palabras negativas cargadas de odio, mientras que, por el otro lado, otra planta fue tratada con elogios durante la misma cantidad de tiempo.
El resultado de la experimentación fue que la planta elogiada creció fuerte y sana, pero en el caso contrario, la planta agredida comenzó a marchitarse sin poder recuperar su vitalidad… entonces, si las palabras son capaces de dar vida o muerte a una planta, imagínate lo que pueden provocar en una persona.
Viéndolo desde esta perspectiva, en nuestra boca está el poder de dar vida o traer muerte cada vez que decimos algo, es como si cada palabra fuera una semilla que sembramos en el campo a nuestro alrededor, por lo tanto, ¿qué tipo de valle hemos construido?, ¿uno lleno de frutos y vida o uno invadido por las espinas del engaño, el conflicto y las ofensas?
Sin lugar a dudas, pocas cosas son más determinantes para el rumbo de nuestra vida que la elección de las palabras que usamos, pues no hace falta ser experto en agricultura para entender que siempre estaremos cosechando lo que sembramos.
Durante una etapa de mi vida, una de las actividades que más disfrutaba era leer la opinión de las personas en las diferentes redes sociales, ya que me parecía una manera muy práctica y sencilla de conocer el sentir de la gente, no obstante, con el paso del tiempo tuve que dejar de hacerlo, me di cuenta de que terminaba con una sensación muy amarga en mi mente y corazón.
Lo que en su inicio fue un conjunto ideal de plataformas donde la gente pudiera levantar su voz y expresar sus argumentos, hoy en día tristemente se convitirtieron en el vertedero predilecto de frustraciones, discursos de odio, discriminación y discusiones sin sentido, cuya finalidad es establecer una forma de pensar y agredir a aquellos que piensen diferente.
Necesitamos ser conscientes de que la libertad de expresión no es un permiso para ofender y humillar, sino una de nuestras responsabilidades más grandes como personas.
Cuán lejos se ven los acuerdos, cuán abstractas lucen las ideas, cuántas vidas destruidas por palabras tan dañinas… cuán necesitadas están nuestras palabras por sanidad.
El autor es Comunicólogo, creador de Contenido Independiente.
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