No se queje
El autor es Maestro en Educación y profesionista independiente.
Siempre esperamos mucho.
Desconozco el origen de esa clase de pensamiento o de sensación, pero se está arraigando en la juventud de hoy.
Hay una hipótesis, de hecho, defendida por algunos sociólogos, de que es el resultado de la actuación de los gobiernos al acostumbrarnos a recibir.
Es interesante el argumento pero insuficiente, puesto que hablamos de seres humanos pensantes y con voluntad propia.
Es decir, está en cada uno de nosotros la generación de las expectativas.
Y es precisamente aquí donde se encuentra ese elemento fundamental muy poco estudiado por la dificultad del análisis: la emoción social.
El ser humano es un ser social por naturaleza, como bien decía el gran Aristóteles.
Sin saberlo, el gran filósofo se adelantó a las ideas de Darwin cuando sostenía el origen de la evolución animal del hombre.
El razonamiento del estagirano podría derivarse de un principio lógico: si el animal como tal crea grupos o manadas, entonces el ser humano, al ser pensante, con mayor razón lo hace.
En otras palabras, crea vínculos sociales con los de su misma especie.
Pero el comportamiento humano es difícil de predecir, como bien lo dijo alguna vez Newton, quejándose de que podía prever el movimiento de los astros en el cosmos, pero era incapaz de prever el comportamiento de los hombres.
Cada uno de nosotros reacciona de manera diferente a cada cosa.
Es hartamente difícil encontrar a dos personas que reaccionen de manera idéntica a la misma circunstancia.
Y esto se debe, claro está, a la personalidad que vamos formando mientras nos desarrollamos.
La emoción en la infancia debe educarse tan bien como las virtudes.
De esa forma, al paso de los años y al llegar a la adolescencia y adultez, se puede alcanzar cierta maduración emocional que nos permita reaccionar apropiadamente a cualquier circunstancia, y a no usar otras emociones como justificaciones para malas conductas.
Esto claro, independientemente de que en la escuela algunos maestros cercenen el espíritu a los niños.
Si alguien no paga agua o luz o las roba, por ejemplo, ¿es justificación suficiente para que yo también lo haga?
Si el vecino se apropia de un espacio que no le corresponde, ¿es justificación suficiente para hacerlo yo también?
Si la autoridad no hace su trabajo de ofrecerme seguridad pública, ¿debo armarme para defenderme y hacer justicia por mi propia mano?
Aquí es donde esa emoción social hace su aparición, porque en esa búsqueda de identificación ideológica nos acercamos a las personas que piensen o sientan como nosotros…
El detalle está en que al final sólo nos quejamos y no hacemos nada para que las cosas cambien de verdad.
Y eso le enseñamos a los hijos.
Así qué chiste, ¿no cree?
El autor es Maestro en Educación y profesionista independiente.
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