Los ciudadanos invisibles
El autor es Asesor Parlamentario de la LXIV Legislatura del Congreso de la Unión
Siempre que veo a un indigente pienso que ninguna persona está lejos de ser uno de ellos, lo siguiente que inmediatamente viene a mi mente es que son Dios, tal vez lo pienso porque sé que están ahí esperando que me acerque y en ocasiones los rechazo o tal vez sólo escogí esa representación que me genera culpa cuando no me acerco a apoyarlos.
Los veo rondar la ciudad, los encuentro a cada instante, sé que no me son ajenos, aunque a veces intente alejarme, siempre están ahí deambulando, tratando de recordarme que él siempre está para nosotros y que nosotros siempre estamos adelante de él.
Carecer de lo mínimo necesario para vivir o vivir con escasez de todo no es algo a lo que una persona se pueda acostumbrar de tajo. Por eso, siempre que veo una persona en condición de calle, en mi mente imagino las situaciones que lo pudieron llevar a terminar viviendo sin un techo.
La mayoría de las veces atribuyo que llegaron a esta condición por una situación de desestabilidad económica que poco a poco los fueron orillando a quedarse sin nada. Otras a un desamor, en muchas situaciones a una oportunidad laboral no concretada, ya sea que quisieron cruzar hacia Estados Unidos para cumplir el sueño americano, o bien, que vinieron a probar suerte a los campos de la costa de Hermosillo y al no concretarse se quedaron sin recursos.
La mayoría de los indigentes, carecen de algún documento con el cual puedan identificarse, esto lo sé, porque en ocasiones me acerco a alguno y les ofrezco agua o suero y platicamos brevemente y el común denominador es que no cuentan con alguna identificación oficial.
Esto los pone en una situación aún más vulnerable ya que el no contar con documentos les impide poder trabajar formalmente, acceder a programas de gobierno o hasta viajar para regresar a su ciudad de origen se complica si no cuentan con alguna identificación.
Dormir donde los encuentre la noche, debajo de un puente, en un parque, en una casa abandonada o en alguna alcantarilla los expone a ser víctimas de la delincuencia, por lo cual, lo poco que tienen siempre lo llevan consigo.
Para obtener recursos, algunos limpian los parabrisas de los autos, piden limosna, o recolectan plástico, cartón, botes de aluminio o algo que puedan vender en una recicladora.
Es importante destacar que no existen cifras oficiales acerca de cuántas personas se encuentran en situación de calle en nuestro país, pero de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe que toma la línea extrema de pobreza para medir a los indigentes, indica que en México viven alrededor de 14 millones en esta situación.
La estigmatización, discriminación y la falta de oportunidades hacen complicado el panorama para que estas personas salgan de esta situación. Más ahora que algunos albergues que los recibían han cerrado sus puertas por la pandemia y con ello se les fue una de las pocas oportunidades que tenían de poder acceder a un apoyo alimentario.
Se debe legislar para que a todas las personas se les garantice el derecho a la identidad, para que ningún indigente quede al margen de las políticas públicas dirigidas a las poblaciones más vulnerables.
Seamos empáticos y apoyemos en la medida de lo posible con agua y alimento a estas personas, tratemos de ayudarlos a que tramiten una identificación oficial, recordemos que ellos no son diferentes a nosotros, y que toda persona debe tener una oportunidad para mejorar. Pensemos que sólo están pasando un mal momento, y por un mal momento podemos pasar todos.
El autor es Asesor Parlamentario de la LXIV Legislatura del Congreso de la Unión.
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