La ventana de los foquitos

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

Al extremo de una gruesa pared de adobe se sostenía una ventana colocada justo al centro de la densa capa de tierra, de tal forma que, en la parte inferior había un espacio que permitía colocar objetos como si se tratara de un estante o repisa.

Sus cristales eran gruesos, sujetados por un marco de fierro cubierto de innumerables capas de pintura.

Al interior se encontraba el cuarto de mis papás, hacía afuera había un pequeño porche que daba a la calle principal, y del otro lado, la famosa “Cañada del cerote”, una cuya corriente recogía los desechos de todas las casas situadas a la orilla de su cauce cada vez que llovía.

Decían los expertos que debíamos esperar mínimo cuatro días de intensos chubascos para meternos a bañar.

Esa ventana era el rincón navideño que mostraba a la capital del mundo nuestro espíritu festivo; cada día 4 de diciembre se colocaba un cuadro de la Virgen de Guadalupe, con el frente hacia la calle, y un modesto arreglo de flores artificiales, lo cual indicaba el inicio del novenario a la Patrona de México, junto a ella se colgaba una especie de corona cuya estructura de alambre sujetaba infinidad de filamentos de plástico rojo que daba forma y volumen al objeto decorativo, al centro había una figura semitransparente con la imagen de Santoclós y detrás un pequeño foco de 5 watts que iluminaba la cara del viejo panzón.

En el contorno de la ventana se colocaba una vieja extensión de foquitos navideños, de los que están rodeados de una anillo de plástico duro lleno de puntas que eran el terror de quienes los desenredaban cada año.

Al caer la tarde ansiábamos el momento de encender, por primera vez en el año, los foquitos y la luz de la corona de Santa; salíamos al porche y admirábamos los diferentes colores que enmarcaban la corona y el cuadro de la Guadalupana.

Los días siguientes veíamos desde la recámara cómo se iluminaba también el cuarto de mis papás e imaginábamos que esa era la señal para que Santa no olvidara llegar a nuestra casa el 24 por la noche.

Esa fue por muchos años la decoración navideña que se instalaba en la casa de los Vásquez Encinas, no había arbolito ni guirnaldas, manteles, figuras, luces en las cornisas, tapetes, utensilios de cocina o cualquier otro objeto alusivo a la Navidad.

Tampoco había reclamos o enojos por la ausencia de la parafernalia navideña.

Sabíamos que lo importante era ir al novenario de posadas, a la Misa de Gallo y comer abundantes y deliciosos tamales de carne.

La parte importante de la Navidad giraba alrededor del disfrute de los alimentos como premio posterior a los 9 días de espera del nacimiento de Jesús.

Fuera de nuestras creencias y afinidades religiosas, hoy más que nunca es momento de replantearnos qué cosas son verdaderamente importantes en las próximas fiestas decembrinas.

No sabemos si el próximo año tendremos salud o trabajo; algo que mis papás pensaban antes del coronavirus.

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

@chefjuanangel