La crisis que vivimos
Consultor de mercadotecnia y publicidad
Mucho se habla de esta crisis sanitaria y mucho se le teme. En este escenario de noticias de una índole y de otra, de un color y otro, la confusión cunde y nuestras ligeras conductas la alimentan.
Esta crisis, que mucho tiene de mediática, empieza a afectar en lo efectivo a los negocios y con ello a los ingresos de las familias, convirtiéndose en algo real, en definitiva.
Pero no es temor ni habladurías, sean chismes o memes, la mejor actitud que debemos tomar. Nuestra mejor actitud ha de ser un pensamiento concentrado en una visión relevante de una situación que mejore la actual, y en las alternativas que tenemos para convertir tal visión en algo real.
Concentrémonos en idear una solución positiva a la situación que atravesamos. ¿Qué cosas son posibles de hacer?
No hay crisis que resista una suficiente dosis de trabajo organizado, dirigido y tenaz. Es con trabajo inteligente que hay que enfrentarla, y mientras más arduo, mejores resultados.
Esta condición de concentración apartada nos puede confundir. Nos encontramos en condiciones no enfrentadas
antes y requieren de un pensamiento de altura, sagaz, creativo, positivo, disruptivo, constructivo, para resolver. Nos podemos contagiar de una sensación de parsimonia obligada, pero debemos estrujarnos y sacar de nuestro pensar lo mejor de nosotros mismos.
No dejemos que nuestro liderazgo de ideas se mimetice hacia lo colectivo, si bien en pequeños colectivos estamos en este momento y tal vez sería algo normal entrar en esa conducta.
Pero rescatémonos de la cotidiana y profusa “simpatía” de los memes que no construyen, sino distraen.
Mantengamos alerta al líder que somos y estemos alertas construyendo ideas positivas. No es la conducta inercial
la mejor a seguir.
La puerta de la excelencia es estrecha y no se pasa por ella en masa, sino individualmente. No es hablando de la crisis que se le conjura.
Al contrario, de esa manera se le da poder, alimentado éste por nuestros miedos y nuestras dudas. Y bien dicho, tales dudas y miedos son precisamente nuestros; nacen en nosotros, se alimentan de nosotros, a nosotros nos detienen y a nosotros nos dañan.
Ese es, en concreto, su mayor mal, nos detienen. El miedo deteriora en la persona su principal atributo, el avanzar.
Esa es la naturaleza del hombre, avanzar. Para conocer debe avanzar por conocimientos nuevos; para solucionar debe avanzar por rutas distintas; para inventar debe avanzar por combinaciones distintas; para vivir debe transitar
cada día por momentos diferentes.
Avanzar hace al hombre, hombre, y a la mujer, mujer; y el miedo estropea esa posibilidad, paralizándonos.
El miedo, no obstante, es un sentimiento natural. Desde nuestro razonamiento, nos avisa de los peligros que se avecinan.
Desde nuestra observación el miedo nos alerta para que estemos preparados. Es, posiblemente, nuestra reacción al
miedo lo que nos paralice. Creer que no lograremos salir airosos; temer al “qué dirán” sea tal vez lo que nos asusta realmente.
Ante ese temor, probablemente la mejor actitud debiera ser actuar como si no tuviéramos miedo. ¿Qué harías si no tuvieras miedo? Reza Spencer Johnson en “¿Quién se llevó mi queso?” una frase simple de una gran profundidad:
¿Qué estaríamos haciendo si no tuviéramos miedo?”. Más allá de la temeridad, esta es una reflexión liberadora.
Por un México más bueno, más culto, más rico y más justo.
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