Derecho de la niñez a la participación
Autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.
En algún aeropuerto de este país un niño de dos años corre y grita el nombre de su hermano, lo busca, pero nadie aparece o se acerca. Se sube al avión y repite el nombre de su hermano a los pasajeros, pero ninguna persona sabe de su añoranza; es pequeño, pero de alguna forma se percata de la ausencia de su cómplice.
En algún lugar se encuentra ese hermano mayor extrañándolo seguramente con la misma intensidad, pero sobrellevando la situación. En otro aeropuerto, una madre sale del país con su hijo, alejándolo de su padre con la intención de que esto sea definitivo.
No conocemos a fondo los acuerdos o disputas de los padres, pero seguramente este tipo de historias que se suscitan de forma cotidiana en un sin fin de lugares, son episodios familiares, en donde a diferencia de otros tiempos, hoy por hoy es imprescindible dejar de lado la visión adulto-céntrica y considerar seriamente el derecho de toda niña, niño y adolescente a expresar su opinión libremente en todos los asuntos que le afecten.
Atrás debe quedar esa anticuada idea de “es mi hijo o hija y tiene los derechos que yo digo”, “yo sé lo que es mejor para él o ella”. Niñas, niños y adolescentes han sido un grupo históricamente discriminado al igual que personas con piel obscura y mujeres. Basta recordar esa terrible época en donde se les hacía trabajar elaborando piezas para barcos en Irlanda, sacando provecho del tamaño de sus manos.
Ni hablar de la explotación laboral de la que aún siguen siendo víctimas en México y otros países del mundo. Niñas, niños y adolescentes son sujetos de derecho y como tales deben ser tratados. Es urgente que los adultos tomemos conciencia de ello, dado que además del Estado, sus padres y la sociedad somos los garantes naturales de sus derechos y tristemente quienes los violentamos.
No hace muchos años, en 1989 surgió de la Organización de las Naciones Unidas, ONU, la Convención de los Derechos del Niño, documento que contiene los derechos de la niñez y que, además, constituye el tratado que ha sido ratificado por más países del mundo. No sólo eso, además de la Convención, tenemos la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescente que se publicó en 2014 y las respectivas leyes estatales, las cuales abordan entre otros derechos, el derecho de la niñez a la participación.
Sin duda, llevar los derechos de las Convenciones y leyes a la vida de las personas es un reto más grande, más no imposible, vale la pena hacer lo que nos corresponde y generar los cambios necesarios para los casi cuarenta millones de niñas, niños y adolescentes que radican en México, según datos de UNICEF.
Empecemos por dejar atrás el adulto-centrismo y con ello me refiero a dejar de ubicarnos a nosotros, los adultos, en una situación jerárquica de superioridad, en donde somos el modelo ideal de persona y por ende, las niñas, niños y adolescentes no, puesto que “no están listos” y “no tienen valor”.
Esta visión, a mi parecer injusta, surgió precisamente del patriarcado, pero de eso estimados lectores, necesitaríamos otra columna, por esta ocasión, la reflexión está enfocada en el derecho de la niñez a la participación y a que éste sea considerado seriamente en sus vidas.
La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.