¡Con tantas ganas de ir a un tianguis!
La autora es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Sonora
Los tianguis son esos espacios que reúnen una muy vieja costumbre de buscar y seguro encontrar algo que querías, pero más barato, algo que nunca te imaginabas encontrar, algo que no te hacía falta, pero ¿cómo no lo vas a llevar por ese precio? O a veces sólo por la afable plática que te regala el vendedor y te convence de que ese objeto tiene que ser parte de tu vida.
Visitar el tianguis para algunos no es solamente comprar o vender, es una mezcla de emociones que enriquecen la experiencia del día, o de la semana entera, casi todos por lo informal del asunto, son de calles estrechas, pocas sombras, las cosas llevan un supuesto orden a como se da a entender y a veces crea una expectativa aún más alta de que justo en cierto desorden es donde vas a encontrar las más recónditas piezas. Escudriñar es lo mejor.
Para algunos genera tal nivel de adrenalina o de paz emocional que la visita se vuelve necesaria cada fin de semana. Es un deber sensitivo ir a encontrarse con las novedades, o habrá veces en que valdrá la pena el recorrido aunque te encuentres los mismos vejestorios en objetos, porque las risas, el color, los olores y la diversa sonoridad te atrapa por fases. Más que de objetos hay un intercambio cultural muy exquisito en los tianguis.
Hace ya algunos años, ocasión en que una amiga y yo no teníamos los números a nuestro favor, decidimos experimentar por ser la otra cara del tianguis; no imaginábamos lo que implicaba ser las vendedoras, pero íbamos dispuestas a pasárnosla muy bien, dar todo muy barato y regresarnos con una lanita. Apenas llegamos a ese tan conocido y enorme tianguis a las seis de la mañana cuando la gente no nos dejaba ni tomar un lugar decente para estacionarnos, había decenas de personas deteniendo nuestro carro para ver la mercancía. No sabemos cómo ni qué, pero de un jalón salió casi toda. Nos sobró el tiempo para ir a curiosear y ver qué se nos pegaba. Hay tacos, aguas frescas, hay frutas y verduras, y mis favoritos: los de las herramientas y los muebles. Pasamos por varios locales de ropa cuando mi amiga me señala -¨mira ese es mi vestido¨- y ahí estaba la reconocida prenda colgada con un gancho de ropa, suspendida en la carpa en un puesto y al doble de precio. Ahí entendimos que todos nuestros primeros y apreciables clientes, en realidad se estaban surtiendo para sustentar su punto.
Muy bien la pasamos, aprendimos del estilo de los vendedores, aquel niño que estaba encargado del puesto y aún no le terminaba de preguntar un precio cuando me respondía en automático:
-¨$300 lo menos $270¨. No dejaba lugar al recurrente ¨regateo¨, así que todo ya estaba dicho.
¡Ah, cómo extraño volver a un tianguis!
La autora es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Sonora.
CEO de i Latina Galería
@ilatinagalería