Arivechi sin él: primer aniversario
La autora es coordinadora del Seminario Niñez Migrante de El Colegio de Sonora.
Me encanta la historia oral. Es una herramienta importante para los antropólogos. Con esta metodología podemos acercarnos a los acontecimientos sociales que forjaron a una comunidad, una familia o un individuo.
A través de los testimonios conocemos los contextos de procesos históricos en la vida de los actores. Las anécdotas nos ayudan a comprender los simbolismos culturales; además cuestiones de
identidad, género y crianza. Nadie como Efrén para narrar sus vivencias.
Recordaba su niñez como ninguno. Decía que fue un niño muy consentido por la comunidad de Arivechi. “Demasiado bueno” -dijo don Juanito su padre- al preguntarle cómo fue Efrén de niño.
“El más carismático de mis 12 hermanos”, comentó Marybel, su linda hermana. “¿Cómo no voy a cuidar a mi hermanito, si es el más chiquito?”, dijo una vez uno de sus hermanos mayores, cuando le jalaba las orejas por vaquetón. Nunca olvidó el día que terminó la primaria y se graduó: “mi mama y papá andaban en el rancho y yo fui solo a recoger la boleta a la escuela”.
Recordaba con añoranza sus años de prepa en Vícam. Por eso era un lugar de rigurosa parada en nuestro trayecto a Obregón, en especial para comer los famosos tacos de “nada”; el changarro lo atendía la misma señora de tiempos de la prepa, quien lo veía llegar y lo saludaba con mucho gusto.
Después paseábamos por el pueblo queriendo reconocer lugares, personas diciéndome dónde iban a comer o bailar y luego paraba en una calle que le traía gratos recuerdos y decía: “ves esa casa?... ahí viví con Araceli”, (otra de sus hermanas). Contaba Efrén que los fines de semana pedían “raite” él y sus amigos en la carretera y se iba a pasear a Obregón. Ahí “me hice camarada de un velador de una de las tiendas del centro y cada fin de semana nos dejaba ver la televisión con él”.
Recorríamos el bonito centro de Obregón y parecía que lo conocía mejor que yo, y eso que soy oriunda de Cajeme. Sacaba muchas puntadas que con el tiempo fui entendiendo, por ejemplo cuando yo imitaba algún sonido para referirme a algo preguntaba muy serio: ¿cómo, Gloria? Y yo lo volvía a repetir, y volvía a decir: ¿cómo? Y lo volvía a repetir al ratito.
Por la evidente risa de Fabiola, me daba cuenta que se estaba burlando. Mi gusto por el cine le llegó un poco: se durmió con ‘Rápidos y Furiosos 8’; lloró con ‘No se aceptan devoluciones’ (le recordaba su propia experiencia) y se salió del cine con ‘Los Miserables’. Por él conocí programas de televisión interesantes como: ‘Mexicánicos’ y ‘El Precio de la Historia’.
Me enseñó a bailar música norteña y regional, yo tenía que cerrar los ojos para no pisarlo o tropezar. Siempre estaré agradecida de que nunca se avergonzó abiertamente de mi ineptitud para el baile. Tenía un gran porte, “el porte de los Gil”, decía, y lo mostraba en el baile, era como ver a un artista.
Quedó la duda de si ya nos habíamos visto por la época de 1989-90. Durante esos años universitarios fui en varias ocasiones a hacer tarea en la casa del compañero Alberto en la colonia Álvaro Obregón. En esa colonia vivía también su querida hermana mayor con quien Efrén se quedaba. Recuerdo que fui a comprar chuchulucos en el abarrotes localizado enfrente de la casa de Alberto.
“Tengo la idea de que sí te vi Gloria”, me dijo. Más bien yo pienso que eran ganas de darle un matiz romántico a nuestra historia.
Haya sido o no, en mis sueños veo a un joven delgado, ojos verdes, con un incipiente bigote, de unos20, 21 años, pelo largo, café claro, rostro serio, que extiende la mano con el cambio por mi compra en el tradicional abarrotes Arivechi, de la colonia Álvaro Obregón que hasta la fecha mantiene sus puertas abiertas al público, y a él, esperándolo a un año de su partida.