Vivir una verdadera cultura
Para saber
Contaba una persona que había ido a África a estudiar su vida rural, que en su primera visita a una zona remota la invitaron a una casa. Entusiasmada esperaba averiguar, en esta comunidad aislada, cómo eran sus costumbres en sus entretenimientos. Se llevó una sorpresa cuando encontró que estaban mirando en un video una película extranjera que en aquel momento no había ni llegado a los cines. Ello revelaba una innegable globalización que está afectando a las diversas culturas: ropa, moda, comida, música, entretenimiento, etc.
Surge preguntarse: ¿Es válido adoptar costumbres ajenas o es mejor conservar las propias tradiciones sin permitir algún cambio? Y tratándose de las creencias, ¿es válido llevarlas a otras culturas o es una intromisión ilegítima? No hay una respuesta fácil, pues depende de qué influencia se trate.
Podemos encontrar una respuesta en la encíclica “Fe y razón” de San Juan Pablo II. Ahí explica que si bien, cada cultura tiene unos valores que ha de conservar, no se puede cerrar sin admitir otros que la perfeccionen. Por ello es necesario discernir qué escoger. La verdad de Cristo, que está dirigida a todos los hombres de todas las culturas, aporta un valor trascendental y sublime que cada cultura, para perfeccionarse, con agradecimiento debería recibir: Ante la riqueza de la salvación realizada por Cristo, caen las barreras que separan las diversas culturas. Se ofrecen valores capaces de hacer más humana su existencia (cfr.n.70).
Para pensar
Con motivo de su reflexión sobre el Libro de los Hechos de los Apóstoles, el Papa Francisco recordó cómo san Pablo llevó el mensaje de Cristo a otras culturas, las cuales lo acogieron inculturizando esa fe: Cuando va a Filipos, seguro de que es el Espíritu Santo quien lo envía, se dirige sobre todo a las mujeres. Y es Lidia quien acoge a Cristo y recibe el Bautismo junto con su familia. Así dio inicio el cristianismo en Europa en un proceso de inculturación que dura hasta el día de hoy.
Cada cultura, como cada hombre, tiene un deseo de plenitud. Eso nos hace aptos para recibir la revelación divina y después vivirla. Pensemos si con nuestro obrar colaboramos en cristianizar nuestra cultura.
Para vivir
Las culturas, decía el Papa Benedicto XVI, no están fijas de una vez para siempre, sino que, para progresar, han de ser dinámicas, cambiar, transformarse. Pero se pueden tomar dos rumbos: o progresar y perfeccionarse acogiendo valores de otra cultura, o pueden degradarse asimilando costumbres pervertidas. Debido a los medios de comunicación que nos transmiten información de todas las culturas, es necesario saber escoger lo que nos mejora y desechar aquello que nos deshumaniza.
Es significativo el relato de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Cómo Pedro habla a personas de muchas culturas y lenguas distintas, y cada una le escucha en su propia lengua. Se les anuncia una sola verdad, la Verdad, y cada uno la acepta en su propia situación. La Verdad predicada es universal y trascendente, es luz que ilumina a todo hombre sin importar su raza, nación o creencia. Nos corresponde a cada uno incorporar nuestra fe en nuestra vida diaria y transmitirla.
Pbro. José Martínez Colín
(articulosdog@gmail.com)