Una sangría cultural y creativa

Una sangría cultural y creativa, escribe Arturo Sarukhán en #ColaboraciónEspecial.

Algunas regiones y zonas metropolitanas del mundo parecían estar emergiendo del largo túnel de la pandemia de Covid hasta que la variante ómicron emboscó el retorno a ciertos visos de normalidad social y económica.

Con el acelerado repunte de casos y fallecimientos causados por esta nueva variante del coronavirus, la profunda dislocación que hemos vivido podría alargarse aún más, con nuevos cierres de la economía, de fronteras y la reinstauración de medidas de control epidemiológico.

De ser este el caso, el invierno que está comenzando podría ser poco halagüeño -es más, amenaza con ser devastador- para un sector de nuestras economías del cual se ha hablado y escrito relativamente poco: las industrias culturales y creativas.

El efecto de la pandemia en la economía global, las cadenas de suministro y para sectores esenciales es incuestionable. Pero el saldo de la pandemia también se ha sentido especialmente en actividades como el teatro, la música en vivo, las muestras y ferias del libro y de arte, así como en festivales, cines y museos.

En todo el mundo, artistas, creadores y trabajadores de la cultura se han visto profundamente afectados por los encierros y las medidas de distanciamiento físico, lo que ha agravado las ya precarias condiciones de muchas de estas actividades y de muchos de sus talentos y trabajadores.

Estudios recientes apuntan a que la disrupción económica de la pandemia es brutal. Se estima que de 2020 a 2021 se experimentó una contracción general de $850 mil millones de dólares del valor agregado bruto de las industrias culturales y creativas a nivel mundial.

Las pérdidas de ingresos en éstas a nivel mundial también han sido particularmente significativas, y oscilan aproximadamente entre el 20 y el 40 por ciento en diferentes países, registrándose pérdidas masivas de puestos de trabajo en el sector estimadas en más de 10 millones.

Todos estos datos demuestran la imperiosa necesidad de defender y reforzar los derechos sociales y económicos de los artistas y profesionales de la cultura en todo el mundo. Y México, que es una superpotencia cultural global, no es ni debiera ser la excepción.

A un sector ya de por sí diezmado por los recortes presupuestales y el ninguneo del actual gobierno, así como por las restricciones económicas -incluyendo la embestida gubernamental a fideicomisos público-privados- que enfrentan fundaciones y filantropía de empresas que apoyan al arte y la cultura, la pandemia le ha pasado -y le sigue pasando, sobre todo si la ola expansiva del ómicron genera nuevos cierres de actividades- una onerosa factura a nuestros artistas, creadores y los millones de empleos que directa o indirectamente dependen de ellos.

Las tímidas medidas provisionales o la política de curitas presupuestales no repararán el daño a las industrias creativas y culturales a lo largo de estos casi dos años.

Se requiere de una estrategia de rescate y recuperación integral de la economía creativa nacional, sustancial y sostenida. Las artes son parte integral del bienestar social, cívico y económico y la vitalidad de toda nación.

Si las tendencias actuales de paulatina reapertura de cines, teatros, museos o salas de concierto no continúan e incluso experimentan un paso hacia atrás, entonces la pérdida de producción artística y creativa de México puede resultar incalculable.