Proliferación nuclear: el caso saudí y la ayuda de China
Proliferación nuclear: el caso saudí y la ayuda de China, escribe Mauricio Meschoulam
Cuidado. A 75 años del uso de bombas atómicas en contra de la población de un país, y en tiempos en los que nuestra atención está altamente concentrada en la pandemia, la proliferación nuclear parece normalizarse. La generación que tuvo que vivir y narrar los horrores del holocausto nuclear poco a poco nos está dejando. Mientras tanto, ante nuestros ojos, están quedando sin efecto, uno a uno, los compromisos que las superpotencias lograron alcanzar en el pasado; se están desarrollando nuevas y mejores tecnologías —esto es, más capaces para matar— y varios países que anteriormente no estaban en el mapa nuclear, están ya actuando o considerando actuar para desarrollar sus proyectos atómicos. Uno de ellos es Arabia Saudita.
Empecemos por la nota: hace unos días, el Wall Street Journal informó que Riad cuenta ya con una instalación para extraer "pastel amarillo" de uranio (un concentrado amarillo que resulta de uno de los procesos para utilizar el uranio como combustible nuclear) de las minas en su territorio, y que construyó la instalación con la ayuda de China.
El tema ha elevado las alertas en Washington, entre vecinos como Israel o Irán, y en muchos otros sitios, primero porque la monarquía saudí ha declarado públicamente en diversas ocasiones que si Irán siguiera adelante con su proyecto nuclear, Riad también desarrollaría el suyo, y segundo, por el rol de China en este proyecto.
Detrás de este tema se encuentra la ausencia percibida de Estados Unidos. Tanto China como Irán, Arabia Saudita e Israel, han ido asimilando la idea de que Washington no quiere o no puede ya estar presente en todas partes del mundo al mismo tiempo, y que eso produce vacíos que alguien tiene que llenar con velocidad.
Concretamente, Arabia Saudita ha tenido que entender a la mala cada uno de los mensajes que la Casa Blanca ha enviado en los últimos años: Trump se mantiene declarando que EU no es policía de Medio Oriente, que es hora ya de retirarse de esa región; ha dado la orden en tres distintas ocasiones de retirar a sus tropas de Siria y está buscando activamente retirar a sus tropas de Irak; Washington se ha abstenido de intervenir cuando los buques de sus aliados son acosados por Irán o sus aliados, o incluso cuando las instalaciones petroleras saudíes fueron atacadas directamente por Teherán. Igualmente, cuando EU fue atacado directamente por Irán como represalia por haber matado al General Soleimani, Trump optó por no responder y prefirió desactivar la espiral.
Lo esencial es que las decisiones, acciones y señales de Washington están resultando en que Irán ha reactivado su proyecto nuclear a un grado tal que, si se decidiera hacerlo, se encontraría a pocos meses de armar su bomba atómica, y en la visión saudí no hay evidencia alguna de que la Casa Blanca quiera o pueda impedirlo en este punto.
La conclusión en Riad no es, por tanto, muy difícil de entender: si no nos equipamos nosotros de manera suficiente como para defendernos, nadie lo hará por nosotros.
Justo por esos ejemplos, es indispensable recuperar la historia de los sucesos de hace 75 años, recuperar los relatos que han contado los sobrevivientes de Japón, desnormalizar la proliferación nuclear, entender que se trata de armas que ya han sido empleadas y que no es imposible que se vuelvan a usar. Y recuperar, en cambio, la proactividad y el protagonismo que países como el nuestro han demostrado en el pasado para garantizar un planeta en el que las armas nucleares no sean la opción a elegir para nadie, y en donde la seguridad pueda echar raíces en otras alternativas.
Analista internacional