Político, ¿santo?
Político, ¿santo?, escribe P. Mario Arroyo
Robert Schuman, uno de los padres de la Unión Europea está a punto de ser reconocido “Venerable”, es decir, que vivió heroicamente las virtudes, y que puede ser propuesto como modelo, aunque todavía no se le puede dar culto público.
Es el paso previo, antes de recibir el reconocimiento como beato, para lo cual se necesita comprobar un milagro hecho por su intercesión. Un segundo milagro comprobado le abre las puertas de la santidad.
El tema fuerte, sin embargo, es que en una profesión tan usualmente denostada como corrupta y oportunista, donde son casi inevitables situaciones o acuerdos inmorales, un político de éxito pueda ser propuesto como modelo y reconocido como santo. Robert Schuman no es cualquier político, fue uno de los cuatro padres fundadores de la Unión Europea; tres de ellos
fueron católicos practicantes, y otro más va camino de los altares, el Siervo de Dios Alcide De Gasperi (el otro católico fue Konrad Adenauer).
Muestran de esta forma cómo la idea del Papa de que “la política es una forma alta de la caridad” no se reduce a una frase feliz, de ocasión, sino que se encarna en individuos concretos y, sobre
todo, es realizable.
Por ello es más que nunca oportuno contar con el ejemplo de políticos santos recientes. Ya tenemos a Santo Tomás Moro, pero es mártir y del siglo XVI. Necesitamos políticos que hayan muerto en su cama, pero que hayan demostrado que, a través de los escollos de la actividad política, se puede ser fiel a Dios y servir al bien común de manera eficaz.
Y no políticos “segundones”, sino protagonistas de la vida política, como Schuman, quien fuera Presidente del Consejo de Francia, Ministro de Justicia y de Asuntos Exteriores y diputado por muchos años, y primer presidente de la Asamblea Parlamentaria Europea.
Aunque lo esencial es que fue él quien, en su famoso discurso conocido como la Declaración Schuman, del 9 de mayo de 1950, propuso la creación de una comunidad franco-alemana del carbón y el acero, para evitar futuros conflictos bélicos -la guerra apenas había terminado cinco años antes-, y comenzar así un proyecto de unidad. De ahí nació la Comunidad Europea del Carbón y
el Acero, a la que se sumaron Bélgica e Italia, primer paso en orden a configurar, años después, la Unión Europea.
Sí resulta irónico que la Unión Europea, siendo actualmente tan marcadamente laicista, tenga en sus raíces a dos políticos católicos que van camino a los altares. Resulta irónico y trágico a la vez.
Incluso la bandera de Europa, según su diseñador, el también católico Arsène Heitz tiene como fuente de inspiración a la Virgen María Apocalíptica (“Una mujer, vestida de sol… con una
corona de doce estrellas sobre su cabeza” Apocalipsis 12, 1).
En efecto, la bandera de Europa es de color azul, el color de la Virgen, tiene 12 estrellas, no por los estados, pues en 1955 cuando la diseñó no había todavía doce estados miembros
y ahora son muchos más, sino por la Virgen. En gran medida fueron católicos practicantes quienes hicieron posible esa maravillosa unidad -de la que se acaba de bajar Gran Bretaña- que es la Unión Europea.
Ahora bien, reconocer a Schuman como venerable significa afirmar, tras una detallada investigación histórica, que en lo que se puede saber, fue coherente con su fe y, lógicamente, con la moral, a la hora de desempeñar sus altos cargos públicos -lo más difícil- y en su vida privada también.
De esta forma se ofrece como modelo a tantos otros políticos católicos que se enfrentan a la disyuntiva de ser pusilánimes y pensar que, si quieren ser fieles a su conciencia, deben contentarse
con puestos periféricos o marginales, o de plano desertar de la política. Se presenta como modelo también para los otros políticos católicos de gran éxito, que han dejado sus principios católicos en casa, para que “no influyan en la política” en aras de una supuesta neutralidad política.
No podemos dejar de pensar en Joe Biden o Justin Trudeau que, reconociéndose católicos practicantes, promueven políticas radicalmente opuestas a los principios del catolicismo.
Robert Schuman y Alcide De Gasperi muestran con sus vidas que se puede ser un político altamente eficaz, trabajar por el bien común como el que más y permanecer fieles a su identidad católica en lo público tanto como en lo privado.