Odios prejuiciados
En los años noventa tuve la oportunidad de estudiar y después de trabajar en los Estados Unidos. Durante este tiempo, nunca percibí o no tengo en la memoria algún incidente hostil en contra de mi persona o de la comunidad mexicana con la que interactuaba, por razón del color de piel, idioma, acento, origen étnico, nacionalidad, nivel socioeconómico, género, orientación política, ideológica o sexual.
El ejemplo tal vez no es el mejor para ilustrar un prejuicio social que ha existido en algunos lugares y con algunos grupos radicales en contra de nuestra diáspora, pero en lo general no tengo recuerdo alguno de haber presenciado un acto de discriminación o intimidación, como los que he podido observar al día de hoy en redes sociales y en general en las calles y espacios públicos contra aquellas personas que no tienen una determinada apariencia física, o bien, que no hablan inglés. Sin duda hoy tenemos más prejuicios que antes.
No quiero decir que sucede todo el tiempo, ni en todos lados y mucho menos que es practicado por mucha gente, al contrario, creo que son los menos, pero ciertamente, hay suficiente evidencia del odio expresado contra inmigrantes no documentados, por el daño irreparable que se genera a una comunidad que trabaja ejemplarmente y que busca una oportunidad de integración de manera pacífica y civilizada.
Este punto es importante hacer entender, porque la palabra integración y no invasión, quiere decir que aquellos migrantes que han decidido dejar atrás sus países de origen, lo hacen con la convicción de tener una mejora de vida y de formar parte de una nueva sociedad que ya tiene sus valores, principios y leyes propias, pero sin dejar de olvidar sus raíces y expresiones culturales que les dan identidad y orgullo.
De hecho, así se formó EUA, con la máxima integración de diversas comunidades, preponderantemente europeas, pero bajo un mismo arreglo político, social y económico. Esta política convirtió a EUA en el país más poderoso y desarrollado del planeta.
Obviamente, sí se percibe un ambiente diferente con relación al pasado, en donde ahora hay más rechazo para aquellas personas que no pertenecen a un determinado grupo étnico. El botón de muestra más reciente fue lamentablemente el suceso de El Paso, Texas, en donde un joven presumiblemente con problemas mentales o inestabilidad emocional antinmigrante, decidió literalmente, acribillar a más de 20 personas inocentes, sólo por su apariencia física y presumible nacionalidad mexicana.
¿Qué fue lo que cambió y cómo llegamos a este punto? En los años noventa, se puso de moda el discurso de lo políticamente correcto y dio como resultado una mayor tolerancia y respeto por la diferencia de unos y otros. Obvio, sólo fue una simulación de formas de hablar, pero no de actuar ni de pensar, para vivir con mayor integración y armonía dentro de una sociedad abierta, que es por definición, plural, diversa, multiétnica y multicultural. Como sea, el discurso correcto, sensibilizó un poco más a las personas sin mucho acceso a información, para entender los beneficios y aportaciones de los migrantes.
En cambio, ahora lo electoralmente rentable es expresar un discurso incorrecto, impreciso, agresivo y ofensivo en la forma y el fondo. De lo que se trata es de polarizar con la mayor amplitud posible, para dividir a la sociedad y en especial a los electores que, dentro de un sistema bipartidista, pueden asegurar una posible reelección.
Pienso que este discurso de odio, ha generado simpatías de personas que en el fondo nunca han querido ni respetado el derecho a la diferencia, sea por ignorancia, prejuicio o ambas. Lo riesgoso del asunto, no es limitar o censurar a que cada quien ejerza su derecho a decir lo que le venga en gana, sino las consecuencias de incitar a expresar rechazo y odios que se pueden convertir en actos violentos y sin control. Odios prejuiciados, que son los peores y la historia nos lo recuerda constantemente.
Cónsul General de México en Nueva York