La nueva religiosidad
La nueva religiosidad, escribe P. Mario Arroyo en #PensarEnCristiano
El mapa de la religión en México está cambiando lentamente. En el pasado censo 2020, 97,864,218 personas se reconocieron católicas. Aunque la cifra es grande, supone una caída porcentual del 5% respecto al 2010. ¿A dónde han emigrado esos antiguos creyentes? Los indicadores en ascenso nos ofrecen la respuesta. Uno de ellos, el crecimiento evangélico, no nos sorprende, pasaron del 7.5% en 2010 al 11.2% en 2020. Las sorpresas las constituyen dos rubros con escaso protagonismo anteriormente: las personas sin religión y los creyentes sin adscripción religiosa.
En el panorama religioso, las personas sin religión casi se duplicaron: pasaron del 4.7% al 8.1% en apenas diez años. Sería apresurado identificarlas simple y llanamente con los ateos, aunque el ateísmo es una de las corrientes al alza en la humanidad. Está conformado por ateos, pero también por personas para las que la interrogante religiosa no es importante, simplemente no les interesa. No es que afirmen explícitamente la no existencia de Dios, simplemente no entra dentro de sus preocupaciones existenciales o no lo saben. Englobaría a los ateos teóricos, pero también a los simplemente prácticos y a los agnósticos.
El ateísmo teórico ha experimentado un crecimiento importante por calcar formas de funcionamiento religioso. A lo largo de este siglo ha copiado las actitudes proselitistas de algunas religiones. Es decir, no se trata simplemente de afirmar “yo no creo en Dios, bien por los que creen en Él”, sino que busca activamente su difusión, la cual es vista muchas veces como una cruzada moral para erradicar la superstición y la ignorancia.
Tal ateísmo fomenta un cuestionable “pensamiento crítico” –es crítico de la religión, no de sus propios postulados-, y aparece nimbado con el calificativo de “científico” –ignorando que la gran mayoría de científicos relevantes a lo largo de la historia han sido creyentes-. En este sentido, existen campañas de difusión del ateísmo, a través de redes sociales, programas educativos para escuelas, campamentos para niños y adolescentes, accesorios, etc. Normalmente, como es muy incómodo aparecer como “anti-algo”, en este caso “anti-Dios”, buscan redefinirse con otros términos, como “Bright”, o utilizan eufemísticamente el apelativo “humanista” para designarse a sí mismos.
Sin embargo, más numerosos que los ateos teóricos, son los prácticos, los que han llegado a acostumbrarse a vivir sin Dios, sin plantearse esa pregunta por considerarla irrelevante, carente de interés, siendo desplazada por otras cuestiones más apremiantes de la vida. Muchas veces el hedonismo, el consumismo, la inmediatez o la superficialidad han conseguido anegar la dimensión espiritual en estas personas.
Otras veces, cansadas de los escándalos provocados por hombres religiosos, descalifican en bloque toda pretensión de religiosidad humana, considerándola tapadera de ocultos intereses de manipulación y poder. También entran dentro de este ámbito el importante conjunto de personas agnósticas, es decir, quienes consideran tener suficientes argumentos para afirmar la existencia de Dios como para negarla, permaneciendo ellos en la duda voluntaria. Algunos son escépticos, es decir, no saben si Dios existe o no, y consideran que en realidad nadie puede saberlo, y que tanto los creyentes como los ateos quieren creer que Dios existe o no, pero no lo saben. Otros son menos pretenciosos, ellos dudan, pero les parece bien que algunos crean en la existencia o no de Dios. Les gustaría tener esa certeza, pero en un gesto de honradez intelectual no emiten un juicio con seguridad.
Por último, está el nuevo grupo, que no aparecía en el censo del 2010, de personas creyentes sin religión. Es lógico, ante los escándalos sexuales y económicos de algunos miembros connotados de algunas religiones, se distancian asqueados. Sin embargo, ellos creen en Dios, oran, piensan que se interesa por nuestras vidas, lo tienen presente. Parece una forma de espiritualidad más individualista, moldeada según los gustos personales. En lugar de adecuarme yo a Dios, lo adecuo a mí. Para los creyentes, estos datos son una invitación a hacer examen de conciencia y esforzarnos por ser mejores, para poder ser más. El imperativo de la coherencia para los católicos es inaplazable.