Jesús Adrián Romero y Francisco

#ExpresoOpinión Jesús Adrián Romero y Francisco, escribe P. Mario Arroyo

¿Qué tienen en común el compositor, cantante y pastor con el Papa? Es obvio que la fe en Jesucristo, su amor al Salvador, su aprecio por la Biblia, su confianza en la oración. Pero, poco a poco, van teniendo más cosas afines.

Hace tiempo que Romero despertó suspicacias entre la comunidad evangélica por dedicar canciones a María.

Ahora lo hace por haber introducido en su hogar un Nacimiento para preparar la Navidad, en el contexto de una peregrinación a Tierra Santa, pues fue precisamente en Belén donde lo compró (nunca es lo mismo leer el Evangelio que estar in situ donde todo comenzó). En esta coyuntura, además, el Papa escribe una carta apostólica animando a relanzar la tradición cristiana de poner nacimientos.

¿Por qué las suspicacias? Por la prohibición expresa de fabricar ídolos contenida en la Biblia (Éxodo 20, 4). Sería, para algunos evangélicos, una forma de “criptocatolicismo” en Jesús Adrián. Sin embargo, la prohibición se refiere a ídolos, es decir, a confundir imágenes con Dios mismo, o atribuirles a esas imágenes –y no a lo que representan- “poderes” especiales. Pero nada de eso sucede con el culto a las imágenes -correctamente entendido- dentro del catolicismo.

Además, al ir a Tierra Santa, se descubre cómo Jesús vivió allí: Dios tomó un cuerpo y vivió en una comunidad, de forma que ya puede representarse, sin confundir la representación con la realidad trascendente representada. El Nacimiento, en ese sentido, ayuda a avivar la propia fe, alimenta la relación con Dios pues, al fin y al cabo, no somos espíritus, ni puro intelecto o voluntad, sino que tenemos afecto, cariño, y raigambre con nuestra tierra y nuestra cultura. Todo ello comparece, silenciosamente, al recorrer los lugares que pisó Jesús y es expresado artísticamente con el Nacimiento.

Tanto Jesús Adrián Romero como el Papa Francisco coinciden en afirmar que el Nacimiento les ayuda a vivir bien la Navidad. Francisco explica el motivo: “¿Por qué el Belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez”.

Dios se hace “uno de nosotros”, necesitado de nuestro cariño, de nuestro afecto. En el Nacimiento eso se expresa plásticamente, alimentando así una realidad tan espiritual, como puede ser la oración y la lectura de la Palabra de Dios.

En este sentido, tanto católicos como evangélicos podemos descubrir un puente, un punto en común, un lugar de diálogo. Los evangélicos pueden flexibilizar determinada lectura rígida de la Biblia, comprensible en el entorno de Israel hace 3000 años y, sobre todo, previo a la venida de Jesucristo. Puede ser una forma de limar asperezas, eliminar prejuicios, e intentar comprender “las razones del catolicismo”.

A los católicos nos alegra descubrir que no estamos, en realidad, tan lejos de ellos, nos ayuda a no verlos como antagonistas o competidores, sino como a hermanos con quienes nos une lo fundamental: el amor a Jesús, el cual se incrementa, si cabe, durante la Navidad, precisamente porque Dios se abaja, mostrándose “necesitado” de nuestra atención y afecto, como un Niño, tal y como aparece en el Belén.

Esta feliz concordancia con los evangélicos, es más profunda y urgente de lo que pudiéramos pensar. No se trata solamente del detalle folklórico de incluir o no un Nacimiento como modo de vivir una Navidad auténtica, sino de ir de la mano, buscando más lo que nos une en vez de lo que nos separa, para hacer frente al imponente proceso de secularización omnipresente en la hodierna sociedad. No tiene sentido continuar con discusiones dogmáticas, cuando el piso en el que ambos estamos parados se desmorona, cuando el ambiente se torna invivible para practicar la fe –sea católica o evangélica- pues continuamente la está erosionando.

Resulta esperanzador encontrar en el Belén un punto de convergencia entre católicos y evangélicos, y una manera común con la que hacer frente a la pérdida del auténtico sentido navideño. La dimensión espiritual y religiosa de la Navidad se va perdiendo, anegada por la fiesta del consumismo y el derroche por excelencia en la que se ha convertido. La práctica de colocar un Nacimiento, en el hogar, en el parque, en el lugar de trabajo o convivencia social, se convierte en un elocuente y mudo testigo del mensaje original de la fiesta o, como diría Francisco, “una invitación a «sentir», a «tocar» la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo”.

Nos ayuda así a sensibilizarnos con quienes sufren, con quienes experimentan en carne propia esa miseria, como “Nacimientos vivientes”; de hecho, así fue el Nacimiento original de San Francisco, en Greccio, en 1223. Ahora, por ejemplo, una Iglesia Metodista en California ha representado un “Nacimiento Migrante”, donde Jesús, la Virgen y San José están separados por rejas, recordando así, cómo la Sagrada Familia fue migrante y cómo ahora muchas familias migrantes están separadas por muros. La elocuencia del Nacimiento habla por sí misma ahora como hace ocho siglos.

P. Mario Arroyo

Doctor en Filosofía

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