El juego del calamar
El juego del calamar, escribe P. Mario Arroyo en #PensarEnCristiano.
“El juego del calamar” es al día de hoy la serie más exitosa de Netflix, más de 142 millones de personas la han visto, ¿dónde radica su encanto? En realidad, es una trama sórdida y cruel, pues se trata de un sádico juego donde los perdedores son inmisericordemente asesinados. La pregunta es, ¿por qué hipnotizó a un espectro considerable de la población una trama así?
El juego es una metáfora de la existencia hodierna, salvajemente competitiva y donde no hay lugar digno para los perdedores. Es la puesta en escena del capitalismo salvaje en versión de juego sádico.
Al mismo tiempo, refleja el cansancio existencial propio de la sociedad secularizada, donde tanto los ricos como los pobres se enfrentan al hastío de vivir. En ese sentido, es particularmente relevante un diálogo entre los dos protagonistas Seong Gi-hun y Oh Il-nam durante el último capítulo (el protagonista y el anciano moribundo), cuando éste último le explica las motivaciones que le llevaron a organizar el juego.
El hastío de vivir y la necesidad de una emoción fuerte que rompa la monotonía de la existencia, el cual ataca por igual a los súper ricos y a los desesperados. Por ello unos organizan el juego y los otros lo juegan: en realidad, ambos vienen a evidenciar la banalidad de la existencia secularizada.
El juego es entonces una metáfora de la lucha por la supervivencia en medio de una sociedad impersonal e inmisericorde. Es una imagen bastante lograda del vacío existencial que enfrentan las sociedades altamente desarrolladas, así como la honda ruptura que existe entre los ricos y los pobres desesperados.
La vida en la sociedad pinta tan horrible, que es preferible el juego sádico a la fría sociedad. Por lo menos en el juego hay una esperanza de ganar y un sentido a la lucha; en la sociedad, por el contrario, esa lucha está avocada necesariamente al fracaso y la relegación social.
Kang Sae-byeok, la desertora norcoreana, refleja claramente cómo no hay espacio para la confianza en medio de esta sociedad despersonalizada. Cada uno es un “lobo estepario” que con sus solas fuerzas debe hacer frente al desafío de la supervivencia. No confía en nadie, no quiere a nadie, excepto a su familia, a la que aspira a salvar. Muestra así cómo, el último reducto en la sociedad híper desarrollada es la familia.
Varios de los personajes coinciden en este diagnóstico; la familia es lo que los ancla a la vida, lo que los mueve a luchar por su vida. Así Seong Gi-hun lucha por su hija y por su madre, y cae en una profunda depresión cuando al finalizar el juego como ganador llega a su casa y la ve muerta.
Nuevamente aparece ahí, en toda su crudeza, el vacío de la sociedad secularizada. El guionista se regodea en la crueldad: nada ha valido la pena: han muerto 455 personas, llega el 456 a casa y descubre el cadáver de su madre. El juego, la vida, no valen la pena.
Es el triste mensaje que transmite la serie. Pienso que en ello radica su éxito. Es un espejo donde reconocemos el sinsentido del absurdo juego que estamos jugando como sociedad. Todos mueren, y el único que sobrevive no encuentra la alegría de vivir, sino la depresión en el vivir.
Las últimas escenas nos muestran a Seong Gi-hun como un zombie, un muerto en vida, en medio de una sociedad a la que le resulta indiferente su destino y sólo es tomado en cuenta por la cantidad de dinero que acumula en el banco.
El juego nos enfrenta con la crudeza del sinsentido de la vida, la banalidad de todos los esfuerzos que culminan en la muerte, la desesperanza para afrontar la vida. Y en esa realidad nos vemos reflejados, es el epítome de una sociedad plenamente secularizada.
Llama la atención cómo maneja la presencia cristiana en la sociedad. La ridiculiza a través de un personaje evangélico que reza a Dios mientras juega un juego donde el perdedor es asesinado, o a través de un predicador del eminente fin del mundo. Descalifica al cristianismo como alternativa para dotar de esperanza a la existencia, aunque reconoce su papel social a través del orfelinato llevado por monjas, donde está el hermanito de Kang Sae-byeok.
Hace un guiño a la esperanza, precisamente por el personaje principal, despegado del dinero y que valora la amistad más que el triunfo. Abre una rendija a la esperanza también, al mostrar cómo vale la pena luchar por la familia. Pero, en síntesis, es un inquietante reflejo del sinsentido propio de la sociedad secularizada, donde “el hombre es el lobo del hombre”.