El despertador del alma

1) Para saber

Cuentan que el gran escritor inglés Chesterton era tan inteligente como despistado. En una ocasión que iba viajando en tren, el revisor le pidió su boleto. Chesterton empezó a buscarlo pero no lo encontraba. Revisaba todos sus bolsillos y no lo hallaba. Se iba poniendo cada vez más nervioso, comenzando a sudar. Entonces el revisor, que lo conocía, le dijo: “Tranquilo, no se preocupe, no le voy a cobrar otro boleto”. Pero el escritor le repuso: “No me importaría pagar otro boleto; lo que me preocupa y mucho, es que he olvidado a dónde voy”.

Lo que no pasa de ser una anécdota, se puede convertir en una tragedia cuando se pasa por la vida sin saber a dónde se va. Para ello la Cuaresma sale en auxilio. Dice el Papa Francisco que la Cuaresma es el tiempo para redescubrir la ruta de la vida. Porque en el camino de la vida, como en todo viaje, lo que realmente importa es no perder de vista la meta.

2) Para pensar
Así como en un largo viaje, alguien puede llegar a dormirse, en el viaje de la vida también podemos dormirnos y no darnos cuenta hacia dónde nos dirigimos. Por ello, dice el Papa Francisco que la Cuaresma es un despertador.

El signo de la ceniza en la cabeza nos despierta para revisar hacia dónde va mi vida. Si buscamos solo las realidades terrenales, acabamos por no tener nada pues todo se desvanece, como el polvo en el viento: Los bienes son pasajeros, el poder pasa, el éxito termina. La cultura de la apariencia, hoy dominante, que nos lleva a vivir por las cosas que pasan, es un gran engaño. Porque es como una llamarada: una vez terminada, quedan solo las cenizas. La Cuaresma es el momento para liberarnos de la ilusión de vivir persiguiendo el polvo.

Nos invita el Papa para que cada uno se pregunte: “¿en el camino de la vida, busco la ruta? ¿O me conformo con vivir el día, pensando solo en sentirme bien, en resolver algún problema y en divertirme un poco? ¿Hacia a dónde me dirijo? ¿Tal vez la búsqueda de la salud, que muchos dicen que es hoy lo más importante, pero que pasará tarde o temprano? ¿Quizás los bienes y el bienestar? Sin embargo no estamos en el mundo para esto. El Señor es la meta de nuestro peregrinaje en el mundo. Y toda ruta se ha de trazar en relación a él. En eso consiste la conversión de la que se oye hablar estos días cuaresmales: Convertirse es redirigirse al Señor.

3) Para vivir
En este viaje de regreso a lo esencial, que es la Cuaresma, el Evangelio propone recorrer tres etapas sin hipocresía: la oración, la limosna y el ayuno, ha recordado el Papa. Pero, ¿para qué sirven?

El Papa Francisco responde: Porque nos devuelven a las tres únicas realidades que no pasan. La oración nos une de nuevo con Dios, miramos a lo Alto; la limosna no une con el prójimo, nos libra de la vanidad, del tener desordenado; el ayuno no une con nosotros mismos, nos libra de vanidades. Son tres realidades que no se acaban: Dios, los hermanos, mi vida: tres inversiones para un tesoro que no se acaba.

La Cuaresma es un tiempo de gracia para liberar el corazón de las vanidades, un tiempo para recuperarnos de las adicciones que nos seducen, un tiempo de conversión.

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