- ¿Qué hacer con las redes sociales?

Benditas para algunos, malditas para otros, las redes sociales se han convertido en parte cotidiana de la vida de miles de millones de personas alrededor del mundo. Parece increíble que en poco más de una década, lo que conocemos como "Internet" conecta ya a más del 65% de la población total del mundo y que más de la mitad de los seres humanos son hoy usuarios de alguna red social. 

Dependiendo de la fuente a que uno recurra, esto nos da —según Brandwatch (www.brandwatch.com)— las siguientes cifras: 4,200 millones de usuarios de Internet; 3,400 millones de usuarios de redes sociales; 60 mil millones de mensajes en Whatsapp o Messenger al día y un promedio de navegación diaria en redes de casi dos horas.

El impacto ha ido mucho más allá del entretenimiento o el ocio. Las redes y el Internet son hoy parte fundamental de cualquier campaña de mercadotecnia, de cuidado de una marca o de construcción y mantenimiento de la reputación corporativa. Son también un elemento muy importante de la actividad política, llámese proselitismo, propaganda, campañas de desprestigio, de desinformación o de intimidación.

Algunos países han encontrado herramientas que les permiten limitar o controlar de manera significativa el uso y el acceso de internet de sus ciudadanos, en una forma de censura moderna que nos parece inimaginable a quienes tenemos literalmente en la palma de la mano el mundo maravilloso/fascinante/adictivo/terrorífico de la gran red. Pero desde naciones pequeñas como Myanmar hasta mucho más grandes como Irán, Arabia Saudita o China tienen rígidos controles para lo que su población puede o no ver, escribir o decir en las plataformas sociales.

Otros más tienen sofisticados aparatos de propaganda y contra-propaganda que usan no solo con fines políticos, sino también de espionaje y sabotaje. Nadie que sea usuario de estas tecnologías está a salvo del ojo avispado de quien quiera saber lo que hace, consume, piensa, expresa. Ni George Orwell imaginó en su famosa 1984 que además de cautivos seríamos cómplices entusiastas de nuestros captores.

Si bien se ha exagerado el impacto de las redes sociales en las campañas políticas, principalmente en naciones en vías de desarrollo, es innegable que fenómenos como el de Donald Trump en EU solo se pueden entender a partir de su magistral uso (y abuso) de las redes.

En México estamos a años luz de esos niveles, pero para muchas voces las redes se han convertido en una manera sencilla económica de darle la vuelta a los medios tradicionales de comunicación, y de evitar también, hay que decirlo, los filtros y controles de calidad y veracidad que suelen acompañar a los medios más prestigiados y establecidos. Hoy no resulta fácil saber qué es cierto y qué es falso en el tenebroso universo de las redes.

Ante esto hay quienes han optado por replegarse o de plano por retirarse del escenario. Hace unos días Aristóteles Núñez anunció su retiro de Twitter y generó gran revuelo y seguramente tentó a muchos de los que por ahí circulamos a diario a cuestionarnos si conviene o no seguir ahí.

Yo soy de la opinión de que no debemos, ni podemos, salirnos de un universo que es más plataforma tecnológica que revolución mediática. Renunciar a Twitter o Facebook por las mentiras, los cobardes anónimos o los ejércitos de bots que ahí circulan es como dejar de acudir al mercado por los carteristas o los marchantes abusivos, o como pretender que las redes sociales no son al final un reflejo de lo que hemos permitido que se convierta nuestra sociedad.

Lo que sí podemos y debemos hacer es tener más precauciones elementales. Verificar las fuentes de información, cotejar, comparar, preguntarnos si algo hace o no sentido y dejar de creer que por el simple hecho de que algo aparece en nuestra pantalla debe ser cierto. El sentido común es muchas veces el más eficaz filtro de los "Fake News", y la sensatez de no engancharnos con personajes que ni siquiera dan la cara en las redes.

Pero también tenemos una obligación, personalísima, de no contribuir a la propagación de medias verdades, de mentiras descaradas, de llamados al odio o la denigración de los demás. Si no aceptaríamos que alguien se expresara así en nuestra casa o nuestro trabajo no tenemos por qué tolerar que lo hagan en las redes. Y la solución es harto sencilla: no hace falta correr a un invitado desagradable cuando podemos simplemente dejar de seguir a quien se expresa de manera odiosa.

Analista político

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