¿En qué te puedo ayudar?

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos, Cuentos Personalizados.

Alzo la vista y veo cómo depositan la urna con sus cenizas en el nicho más alto de la iglesia. Veo que sus hijos no pestañean mientras elevan su mirada, previendo quizá que su vida y obra lleguen con bien a su nueva casa, su eterna morada. Yo percibo que la urna, con el alma blanca que lleva dentro, se eleva como si tuviera alas, y me da gusto pensar que ese espacio, de alguna forma, está más cerquita del cielo.

En la misa, el padre dijo las palabras precisas: Cuando un hombre ayuda al prójimo, no hay duda que Dios habita en él. Así era esta persona de quien hablo: mi abuelo Don Luis Robles Linares, un gran ser que, sin importar quién fuera, extendió su mano para proveer, con lo mucho o poco que tuviera, una casa, una profesión, un alivio, un momento grato. Con rezos a cantos, o rezos callados, sin hacer alarde, desprendido de las cosas materiales, desde su melena negra, que se torno grisácea, hasta el cabello blanco, al último aliento, en su último “rato”, con una sonrisa, con un fuerte abrazo... disciplina cauta, prudencia en alto, su mano fue puente, y para muchos el mejor regalo.

Luego, las palabras de su sobrino mayor retumbaron mi presencia y quedaron permanentes en mi memoria. Mientras lo escuchaba, visualicé cómo había sido la vida de mi abuelo en todas sus etapas, incluso días antes de su partida. Si bien ya me sabía muchas historias que disfruté al por mayor cuando me las narraba con satisfacción, casi reviviendo sus experiencias de nuevo, las palabras que su sobrino (mi tío) expresaba, me llenaron de emoción. Dijo, (en mi resumen): De día, de noche, a cada segundo, en todo momento, en inviernos fríos, cálidos veranos; en medio del ruido, sintiendo vacío, victorioso o vencido, o en un día alegre, con muchos amigos, el ingeniero siempre decía,… siempre: ¿cómo estás?, ¿en qué te puedo ayudar?

Esas palabras eran su entrada, su apertura hacia todos. Una manera de amor al prójimo en todas sus manifestaciones. Sin pretensiones, sin estimaciones, sino con una verdadera sencillez y generosidad.

“En qué te puedo ayudar, en qué te puedo ayudar”, se repetía en mi cabeza. Pienso que cuando uno le pregunta a alguien: ¿cómo estás?, le damos valor a su existencia. Si a eso le sumas el “ ¿en qué te puedo ayudar? ”, simplemente transformas con tu apoyo y empatía un dolor o una carencia, en esperanza.

¿Habremos más seres como él, como mi abuelo, como esas generaciones, todavía? Espero que sí. Los tantos grandes que ya se han ido, nos han dejado el legado de continuar su ejemplo. Vivir dando amor, transformando vidas, generando esperanza, valorando a cada persona, y al final, tener la actitud para levantar la copa, brindar y agradecer por las bendiciones que te dio la vida, y tener la paz por un trecho andado con integridad, creo que solo así, te puedes elevar como ese alma blanca que vi volar al cielo ese día.