Los otros damnificados

No hay duda de que la tragedia de los temblores que acabamos de vivir está ante todo en la pérdida de vidas humanas. Tampoco hay duda de que también es trágica la pérdida de la casas habitación en donde las personas y las familias hacían su vida, se relacionaban con los suyos, se refugiaban del mundo y descansaban. En ese espacio tenían y conservaban lo necesario para existir tanto física como emocionalmente: desde los documentos que dan fe de que uno nació, fue a la escuela, tiene credencial de elector y paga su crédito y sus impuestos, hasta las medicinas que se deben tomar todos los días; desde las fotografías y recuerdos de los momentos más significativos, hasta los muebles, adornos y objetos que acompañan la vida y la hacen bella y agradable.

Esos dos grupos son los principales damnificados, los que sufrieron la gran desgracia de los sismos del mes de septiembre.

Y, sin embargo, no son los únicos. Existen también otros damnificados de los que no se habla, pero que allí están, existen. Y sufren.

Me refiero a las personas que resultaron heridas y deben curarse y hacer terapias; a las viviendas que no se cayeron pero que hay que reparar, algo que cuesta mucho dinero; a quienes han recibido distintos dictámentes de Protección Civil sobre sus viviendas (que van del rojo al amarillo y al verde) y no saben cuál creer; a quienes se quedaron sin trabajo porque se cayó la escuela, la fábrica, la oficina, el hospital o la casa en que laboraban y ya no van a recibir sus sueldos; a los profesionistas de ciertas actividades que han perdido clientes y pacientes porque en este momento ¿quién quiere ir al nutriólogo, al psicólogo, al dentista para prevenir, a la costurera para hacerse un lindo vestido, a una clase particular de matemáticas, literatura o historia?; a los artistas y escritores que de por sí tienen dificultades para vender su obra y ahora más porque ¿quién va a comprar un libro si tiene que guardar cada centavo para reparar su casa o si ha perdido su empleo?

El sufrimiento para ellos es grande. ¿Qué hacen las personas que de repente no tienen ya dinero para mantener a sus familias y cumplir sus compromisos de un crédito o una hipoteca? ¿Qué hacen los que tienen que conseguir cómo pagar las reparaciones de sus casas, la curación de sus seres queridos?

Todos ellos son también damnificados del temblor, afectados de manera grave pero no suficientemente grave como para que alguien los tome en consideración.
Y están solos, porque ni gobiernos ni ONG los apoyan o consideran que los deben ayudar con créditos blandos, con condonación de impuestos, con becas para las escuelas de sus hijos, con gastos médicos o empleos temporales.

En México nos llueve sobre mojado: a las inundaciones de mediados del año les siguieron los temblores y todas esas desgracias, acompañadas siempre de la delincuencia que no ceja ni en la peor emergencia, y acompañadas de una burocracia a la que los ciudadanos le importamos nada.

Pienso por ejemplo en el encargado de la reconstrucción llegando borracho a encontrarse con los que perdieron su vivienda (y que el jefe de Gobierno disculpó); pienso en los veinte días que según las autoridades de Chiapas necesitaban para averiguar las causas por las cuales la cascada de Agua Azul dejó de tener agua después del sismo (y que los comuneros de la zona resolvieron en medio día de trabajo); pienso en los ruegos a Protección Civil para que revise inmuebles (pero no pueden, porque no se dan abasto); y pienso, por supuesto, en los diputados, asambleístas, senadores y jueces que están ocupados asignándose sus bonos de fin de año mientras todo mundo está rascando para la reconstrucción, y en los partidos políticos sacando de donde pueden para sus campañas, lo cual hace que se dejen de pagar servicios y salarios a personas y pequeñas empresas y comercios, generando toda la cadena de damnificados que ya conocemos.

Sara Sefchovich
Correo electrónico: sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

Escritora e investigadora en la UNAM

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