Duarte, mientras más le mueven, más apesta

Como el excremento, que entre más se le mueve más apesta, así está el caso de Javier Duarte. No pasa un día, desde que detuvieron al político veracruzano, que no surjan nuevos elementos, nuevos datos, que aumentan el escándalo y la enorme desconfianza de los mexicanos sobre su captura. 

Y si alguien en el gobierno federal pensó por un momento que esta detención con tintes de entrega pactada, les iba a traer algún beneficio político o electoral, está claro que se equivocaron; hoy el nombre de Duarte es un desecho pestilente que no solo sigue dañando al PRI, sino que al remover toda la suciedad concentrada en seis meses de su fuga, se ha convertido en una invocación tóxica con la que todos los partidos intentan ensuciarse unos a otros.

Qué tanto apestará Duarte y su millonaria corrupción, que hoy todos buscan deslindarse, desmarcarse, alejarse lo más posible de la hediondez que despide. Los que fueron sus amigos, protectores y promotores, ya ni se acuerdan: “No recuerdo ya la alusión, pero seguramente alguna vez la hice”, ha dicho el mismo Peña Nieto que en 2012 elogiaba a Duarte y otros gobernadores priistas como “la cara del nuevo PRI”. “No es mi amigo, sólo tuve con él una relación institucional”, afirmó el candidato priista Alfredo del Mazo, quien felicitaba en Twitter a “mi amigo Javier Duarte” el día que tomó posesión del cargo.

Lo mismo han acusado en redes a Felipe Calderón y a Margarita Zavala, por aparecer junto a Duarte tomando un café lechero en La Parroquia; a Roberto Gil, que aparece sonriente junto al ex presidente Salinas y al veracruzano en una fiesta, o a Ernesto Cordero, que como secretario de Hacienda, aparece en un video grabado en 2011 elogiando y poniendo como ejemplo “la disciplina financiera” del gobierno duartista de Veracruz.

Pero de todos los deslindes apresurados y los intentos por huir del hedor que despide el detenido en Guatemala, el más público y notorio —por no decir burdo— fue el que hizo Andrés Manuel López Obrador. Su video en las redes sociales, en el que advierte que la captura “del gobernador corrupto de Veracruz” se hizo “para perjudicar y enlodar a Morena” y vaticina que “Duarte va a salir a decir que le dio dinero a Morena”, no sólo le ha valido críticas y mofas de sus detractores por el tono profético que utiliza, sino que además fue interpretado como una señal de nerviosismo del dirigente nacional de Morena.

Porque aunque López Obrador buscaba mandar el mensaje a sus fieles seguidores y simpatizantes, a los que pide “no preocuparse porque no es cierto” y afirma que en su partido no son corruptos y que no recibieron dinero de Duarte, lo anticipado de sus comentarios, apenas unas horas después de la detención del priista en Guatemala, también fue tomado como un signo de preocupación, al revivir las versiones que circularon fuertemente en las pasadas elecciones locales de Veracruz sobre la existencia de un “pacto” entre el gobierno duartista y dirigentes de Morena para apoyar el crecimiento notable que tuvo ese partido en la entidad, a partir de la candidatura del académico Cuitláhuac García, apoyado fuertemente por López Obrador.

El olfato político de López Obrador, que ha demostrado ser una de sus cualidades políticas, esta vez parece que puso nervioso al tabasqueño. Porque aún con su hablar pausado y el tono patriarcal con el que les explica a sus seguidores sobre las mentiras que vendrán, el intento por autovacunarse y blindarse del escándalo que significará un juicio a Duarte y la suciedad política que puede salpicar el ex gobernador, pareció demasiado apresurado por parte del líder de Morena, cuando todavía ni siquiera se ve seguro que se producirá su extradición ante las maniobras legaloides que ya empezaron a utilizar el veracruzano y sus abogados para evitar allanarse a la solicitud de extradición del gobierno mexicano, que la PGR y la Cancillería parecen estar redactando a paso de tortuga, y a la que ayer la Fiscalía de Guatemala le puso un plazo de 60 días máximo para ser presentada.

¿Por qué la premura de Andrés Manuel si su condición de puntero en las encuestas no ha variado hasta ahora salvo en un sondeo? ¿Teme que aparezcan evidencias de algún arreglo hecho por dirigentes locales de Morena o por personajes cercanos a su partido en aquellos comicios veracruzanos? Porque, salvo que hayan firmado documentos o recibos, cosa que no suele ocurrir en ese tipo de pactos, si es que lo hubo, no habría manera de que le pudieran probar un supuesto financiamiento de Duarte. Claro que el dicho de un personaje tan tóxico en estos momentos, en un eventual y aún no inmediato juicio en México, podría salpicar a cualquiera, aún con el teflón que ya parece tener López Obrador, pero en todo caso, en este como en cualquier caso de imputaciones de palabra, aplica la máxima que varias veces ha esgrimido el mismo tabasqueño: “el que nada debe nada teme”.

No está tan errada la adelantada visión que difundió el líder de Morena, y es muy posible que, si existe algún elemento, por mínimo que sea o incluso sólo por la palabra desacreditada de un corrupto como Duarte, el PRI y el gobierno vayan a intentar capitalizar aquella defensa que sí realizó López Obrador en las elecciones de 2016 cuando decía que Duarte no era “el más corrupto” o minimizaba su corrupción frente a la del panista Miguel Ángel Yunes, autor de las versiones sobre supuestos financiamientos duartistas a Morena. Todavía el día de la captura sospechosa del veracruzano, AMLO lo calificó como un “chivo expiatorio”, abriendo un frente para que se le acusara de restar importancia a la detención.

Pero igual de burdo que el video profético del tabasqueño, el intento del PRI y de su dirigente Enrique Ochoa por deslindarse de la corrupción de Duarte, el gobernador que su partido impulsó, cobijó, toleró y hasta protegió durante todo el sexenio, con la inacción del presidente Peña y del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, ante las denuncias y evidencias de desvíos que desde 2013 había denunciado el auditor superior, Juan Manuel Portal, también suena patética. No se puede lavar tanta porquería por una simple expulsión, ni por una detención y mucho menos con declaraciones y discursos que condenan la corrupción que fue tolerada.

Porque si hay señalamientos de que el ex gobernador pudo haber financiado a un partido opositor con tal de detener el avance imparable de su archienemigo panista Yunes Linares, también las hay, y muchas, de que desde el Palacio de Gobierno de Veracruz, dicho por el mismo Duarte a varios testigos, salieron miles de millones de pesos para financiar campañas priistas, comenzado por la del presidente Peña Nieto, a quien el ex mandatario se ufanaba de haberle dado mil 500 millones en 2012, hasta el financiamiento para mantener al PRI veracruzano o al de otros estados.

Eso dice un fragmento de una grabación de una llamada telefónica de Javier Duarte con un personaje no identificado. “Lo que no me gusta es que no me tomen en cuenta, porque entonces sí me encabrono…si se quieren ir por la libre (los priistas veracruzanos) pues váyanse por la libre, yo me desentiendo del PRI y que lo mantengan ellos en el PRI chingao”, se oye decir al gobernador que durante la campaña de 2016 en su estado tuvo públicas diferencias tanto con el candidato priista, Héctor Yunes Landa, como con el entonces dirigente nacional, Manlio Fabio Beltrones.

Al final, como dicen en la política de Estados Unidos, “The fan hit the shit”, o lo que es lo mismo, el ventilador avienta la mierda. Y eso es lo que realmente lograron con una captura tan sospechosamente oportuna o inoportuna, según se quiera ver, y con las muchas dudas, versiones e interrogantes que existen sobre las condiciones en que se produjo la detención de Javier Duarte en Guatemala. Hoy Duarte, exactamente igual que los desechos humanos, entre más se les mueve, más apestan. Y la pestilencia va a perseguir a muchos, por más perfumados o purificados que parezcan.

NOTAS INDISCRETAS… Un inquietante y documentado libro, que revive las dudas y sospechas nunca aclaradas que aún rodean a los dos magnicidios más graves del México moderno, el de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, es el que acaba de publicar la editorial Grijalbo bajo la firma del abogado y político priista Nicolás Hernández Haddad.

“El Eslabón Pérdido” es un profundo y documentado recuento de los hechos y asesinatos políticos que sacudieron a México en el turbulento año de 1994 y cuyos asesinos intelectuales nunca fueron investigados y mucho menos perseguidos o enjuiciados.

Hernández Haddad, experimentado político, no especula ni reproduce rumores o versiones, sino que pone en orden cronológico y documenta los hechos que anticiparon y sucedieron a esos asesinatos, a partir de expedientes y documentos desclasificados recientemente por el gobierno de Estados Unidos y que fueron parte de juicios, investigaciones y procesos llevados a cabo en Cortes del estado de Texas, que el autor revisa y desmenuza con el ojo de un testigo presencial de aquellos hechos. Haddad era el cónsul de México en San Antonio en 1994 y tuvo acceso a información privilegiada que en su momento trasmitió a la Cancillería, encabezada entonces por José Ángel Gurría, hoy director de la OCDE, y a quien el autor señala como el responsable de haber “silenciado” datos, documentos y revelaciones que pudieron haber ayudado a descubrir a los asesinos intelectuales de Ruiz Massieu y de Colosio.

Como muestra de lo mucho que va a remover este libro, que ayer fue presentado en la inauguración de la Feria del Libro y La Rosa, en el Centro Cultural Universitario de la UNAM, con la participación del politólogo Lorenzo Meyer y el investigador Bernardo Barranco, está sólo un dato: ¿Sabían que existió una solicitud de extradición formal del gobierno mexicano al estadunidense para que entregara a Manuel Muñoz Rocha, el diputado priista que fue visto en Texas, mientras aquí lo buscaba el procurador Lozano Gracia con videntes y osamentas? Vale la pena leer el testimonio histórico de Haddad en el “Eslabón Perdido”…Los dados cierran con Serpiente. Pascua negra.

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