El final de una luna de miel que aún no empieza

Dieciocho palabras en el último párrafo sobre la columna publicada el miércoles sobre la forma como el capital político de Andrés Manuel López Obrador estaba siendo despilfarrado por las contradicciones, desconocimiento de la real politik y novatez de su equipo, y decía que estaba “chupándose una luna de miel que debía haber empezado hasta el 1 de diciembre”, animaron una discusión en las redes sobre el porqué, si le faltaban cuatro meses y medio para iniciar su gobierno, se aventuraba esa proposición. Expertos en opinión pública en la mesa de encuestadores del programa “Estrictamente Personal” de Foro TV, coincidieron que todavía no comienza esa luna de miel y, que, por el contrario, probablemente tendría una vida larga.

Explicaron que la luna de miel debe medirse con los niveles de aprobación de su gestión, que no aparecerá hasta la primera en la primavera de 2019. Aunque es metodológicamente, políticamente podría argumentarse que la luna de miel para un presidente entrante se da por un periodo –que varía-, donde la gente, los medios, los grupos de interés y el Congreso le dan el beneficio de la duda y lo tratan bien. Carlos Salinas, que arrancó muy bajo, con la captura de los líderes petroleros a los 41 días de asumir el cargo, se fue a las nubes. Vicente Fox, que tenía alta popularidad, inició con mayor respaldo que cuando fue electo. Felipe Calderón comenzó lastimado, pero la mano firme en la guerra contra el narcotráfico, le granjeó una aceptación duradera. A Enrique Peña Nieto le duró 18 meses la luna de miel, sepultada por la Reforma Fiscal.

En el caso de López Obrador, el monumental mandato de más de 30 millones de votos provocó una cargada nacional tras él y una genuflexión indigna de varios de los principales capitanes de la industria, acompañada de un temor explícito de algunos medios, que dependen ampliamente de la publicidad oficial, como La Razón, que se deshizo de su director, caracterizado por mantener una línea muy crítica, muchas veces visceral contra el López Obrador, o Milenio, que publicó el miércoles un titular de colección, cuando frente al desmentido de El Vaticano que el papa Francisco nunca había aceptado participar en foros sobre seguridad, apuntó: “Se tambalea el aporte del papa en foros de paz”.

A la luna de miel espontánea y festiva, adelantada por el protagonismo de López Obrador y su necesidad por ocupar todos los espacios de la vida pública, se le sumó la pusilánime y aquella que, como sucede en todos los casos en todos los países democráticos, opta por ir conociendo al nuevo presidente al tiempo que, no hay que olvidar este punto porque siempre se soslaya, la prensa va construyendo fuentes de información que antes no tenía, y depende durante ese periodo de lo que oficialmente les da la nueva administración. El nuevo presidente tiene el espacio para convencer, sin tener que enfrentar una crítica de inicio, como sucedió con Ernesto Zedillo por el error de diciembre. Está metodológicamente probado que los presidentes en el mundo siempre reciben una cobertura amable en su inicio y crítica, regularmente, en su epílogo.

En los tiempos de metabolismo político híper acelerado –finalmente su prometido cambio de régimen también incluyó cambio de formas y ritmos-, López Obrador, como se argumentó el miércoles, empezó su desgaste porque como ningún otro antes en ningún lado, se impostó como presidente y comenzó a operar a partir de propuestas, planes, amenazas e ilusiones que, explicadas por quienes serán sus secretarios de Estado y colaboradores más cercanos, causaron más confusión y contradicciones que claridad sobre la ruta que tiene en mente el próximo presidente de la República. Aquí se ha hablado mucho de el valor de la palabra en los gobernantes y las consecuencias que puedan tener sus superficialidades. El próximo presidente ya se ubica en esta situación, y por la vía de los descalabros y los tropiezos, tendrá que aprender que su realidad hoy ya no es la del rebelde del sistema y líder de la izquierda social, poseedor de un discurso simple y cosmético de unas cuantas palabras, y pletórico de ocurrencias retóricas. Ya no le habla al graderío, sino a sus futuros interlocutores y gobernados.

La experiencia del desmentido de El Vaticano fue amarga. Ahora ya se metió la Casa Blanca a decirle que lo que está diciendo sobre la despenalización de todas las drogas –se refieren específicamente a la amapola-, es algo que rechazan totalmente, porque va a aumentar el consumo de opiáceos. Las alertas que se les hicieron sobre lo que iba a suceder, las minimizaron. Su coro panegírico fustigó a quien sopló el plumaje de López Obrador. Casi todo lo que ha dicho él o su equipo en una semana, ha sido cuestionado y combatido desde varios frentes. Es una lucha virtual porque es virtual presidente, pero el daño político es real, porque se le trasladará como negativos.

¿Cuántos? No se sabrá hasta las primeras mediciones que se hagan una vez que asuma la Presidencia, y quizás, como el presidente Donald Trump, que pese a todo lo que ha provocado en el mundo mantiene el mismo nivel de aprobación de cuando llegó a la Casa Blanca, los primeros datos públicos le sigan dando el apoyo popular a su gestión. La luna de miel, como dicen los encuestadores, quizás siga por algún tiempo, pero la miel ha comenzado a escurrirse en algo más que gotas, por tantos desaciertos en tan poco tiempo.

 

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